La posible reducción de la población mundial a finales de este siglo puede poner en peligro el progreso humano, o bien puede mejorar nuestras vidas

Las tasas mundiales de fecundidad llevan décadas cayendo y están alcanzando mínimos históricos. Aunque la población mundial supera actualmente los 8.000 millones y podría llegar a los 10.000 millones para 2050, el crecimiento está perdiendo impulso como consecuencia de los descensos de su principal determinante: la tasa de fecundidad. Durante los próximos 25 años, Asia oriental, Europa y Rusia experimentarán considerable disminución de la población.

Es bastante ambiguo lo que esto puede suponer para el futuro de la humanidad. Por una parte, hay quienes temen que pueda frenar el progreso económico al reducirse el número de trabajadores, científicos e innovadores, lo que podría causar una escasez de nuevas ideas y estancamiento económico a largo plazo. Además, a medida que la población se contrae, tiende a crecer la proporción de personas mayores, lo que lastra a las economías y pone en peligro la sostenibilidad de las pensiones y de las redes de protección social.

Por otra parte, si el número de niños y la población en general se reducen, disminuirá también la necesidad de gastar en vivienda y cuidado de los niños, lo que liberará recursos para otros fines, como la investigación y el desarrollo y la adopción de tecnologías avanzadas. La caída de las tasas de fecundidad puede estimular el crecimiento económico propiciando un aumento de la participación en la fuerza laboral, un mayor ahorro y más acumulación de capital físico y humano. El decrecimiento demográfico también puede reducir las presiones sobre el medio ambiente relacionadas con el cambio climático, el agotamiento de los recursos naturales y la degradación medioambiental.

No cabe duda de que las autoridades tienen ante sí decisiones trascendentales para abordar esta tendencia demográfica. Las posibles respuestas incluyen medidas de fomento de la natalidad, cambios de las políticas de migración, la ampliación de la educación e iniciativas de promoción de la innovación. Junto con los avances en digitalización, automatización e inteligencia artificial, los futuros descensos de la población suponen un desafío considerable, pero también una oportunidad para las economías del mundo.

Tasas de fecundidad

En la década de 1950, la tasa de fecundidad mundial era de 5 hijos por mujer, lo que significa que la mujer promedio tenía 5 hijos durante sus años fértiles, según la División de Población de las Naciones Unidas. Ese promedio se situaba muy por encima del umbral de 2,1 hijos que garantiza la estabilidad de la población mundial a largo plazo. Junto con una tasa de mortalidad baja y en descenso, esa tasa de fecundidad favoreció el crecimiento de la población mundial hasta duplicarse con creces en el plazo de medio siglo, desde 2.500 millones de personas en 1950 hasta 6.200 millones en 2000. 

Un cuarto de siglo después, la tasa de fecundidad mundial es de 2,24 hijos por mujer y se prevé que caiga hasta situarse por debajo de 2,1 en torno a 2050 (gráfico 1). Esto apunta a una contracción de la población mundial que, según dicho organismo de las Naciones Unidas, alcanzaría su nivel más alto en 2084 con 10.300 millones de personas. Las proyecciones de la población mundial para 2050 la sitúan entre 8.900 millones y más de 10.000 millones, con tasas de fecundidad entre 1,61 y 2,59 hijos por mujer.

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Estas tendencias de la fecundidad y de la población total son una realidad en buena parte del planeta. Durante el período comprendido entre 2000 y 2025, las tasas de fecundidad disminuyeron en todas las regiones del mundo definidas por las Naciones Unidas y en todas las categorías de países por ingresos del Banco Mundial. Es muy probable que esta tendencia se mantenga durante los próximos 25 años, lo que apunta a un futuro decrecimiento de la población mundial.

Las excepciones a esta tendencia son África y algunos países de ingreso bajo de otros continentes cuyas tasas de fecundidad continúan en 4 hijos por mujer o por encima. Dado que el resto del mundo pierde habitantes, la proporción de la población mundial correspondiente al continente africano aumentará probablemente del 19% en 2025 al 26% en 2050.

En el contexto de la transición de tasas altas a tasas bajas de fecundidad y mortalidad, el declive demográfico se está acelerando. Durante el próximo cuarto de siglo, 38 naciones con más de 1 millón de habitantes experimentarán previsiblemente reducciones de su población, frente a 21 naciones en los últimos 25 años. Las mayores pérdidas en el próximo cuarto de siglo serán las de China, con un descenso de 155,8 millones de habitantes, Japón, con 18 millones; Rusia, con 7,9 millones; Italia, con 7,3 millones; Ucrania, con 7 millones, y Corea del Sur, con 6,5 millones (gráfico 2). En términos relativos, las mayores tasas anuales medias de reducción de la población las experimentarán Moldova y Bosnia y Herzegovina (0,9%), Albania, Bulgaria y Lituania (0,8%) y Letonia y Ucrania (0,7%).

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El vínculo entre las tasas de fecundidad inferiores a 2,1 hijos por mujer y la contracción demográfica no es inmutable. Por ejemplo, en 6 de los 21 países que tuvieron tasas de fecundidad medias inferiores a 2,1 y menos nacimientos que defunciones en el período 2000–25, la inmigración impidió que la población se contrajera.

Los patrones recientes y proyectados de descenso demográfico difieren en naturaleza e intensidad de los que se observaron en los episodios históricos más destacados. Esos casos de despoblación no se debieron a la evolución de la fecundidad, sino a migraciones masivas y shocks maltusianos de mortalidad, como hambrunas, genocidios, guerras y epidemias. Sin duda, las previsiones demográficas de Rusia y Ucrania reflejarían los tres años que dura ya la guerra tras la invasión rusa en febrero de 2022.

Los episodios previos también presentaron diferencias en cuanto a su duración y su intensidad. Durante la peste negra de 1346–53, Europa occidental perdió más de una cuarta parte de su población como consecuencia de la peste bubónica, lo que se corresponde con una tasa anual de declive demográfico del 4% o mayor. A modo de comparación, la población de Moldova —el país que más rápido se está despoblando en este siglo— ha registrado un descenso de alrededor del 1% anual desde 2000.

Las tasas de fecundidad bajas también contribuyen a un fenómeno relacionado: el envejecimiento demográfico. Se amplifican así los desafíos económicos, sociales y políticos que afrontan los países cuyas poblaciones se contraen. Entre 2025 y 2050, la proporción de la población mayor de 65 años de los países que pierden población casi se duplicará, al pasar del 17,3% al 30,9%. En los países cuya población no se reduce, este grupo de edad crecerá del 3,2% al 5,5% de la población total. 

Los retos de la escasa fecundidad

Las tasas bajas de fecundidad y la disminución de la población pueden impedir el progreso económico y social. El descenso de los nacimientos y de la población se traduce automáticamente en una reducción del número de trabajadores, ahorradores y consumidores, lo que podría llegar a causar una contracción de la economía.

La escasez de investigadores, inventores, científicos y otras fuentes humanas de ideas innovadoras también podría lastrar el progreso económico. En un artículo de 2022, Charles Jones, economista de la Universidad de Stanford, sostiene que una de las consecuencias de las bajas tasas de fecundidad es la caída del número de nuevas ideas, lo que podría estrangular la innovación y causar un estancamiento económico.

También el aumento de la proporción de personas mayores que acompaña con frecuencia a la baja fecundidad y la despoblación puede lastrar el crecimiento. La innovación suele estar impulsada por los jóvenes. Las personas mayores trabajan y ahorran menos que ellos y generan una carga considerable para los trabajadores en edad de máximo rendimiento como consecuencia de sus necesidades de cuidados a largo plazo y del gasto en sanidad y seguridad económica.

Los países con un crecimiento demográfico negativo o comparativamente lento pueden tener menos poderío militar y capacidad de influencia política en el escenario mundial. Por ejemplo, algunos historiadores atribuyen la derrota sufrida por Francia en 1871 en la guerra franco-prusiana a la reducida tasa de fecundidad y el lento crecimiento de su población causados por la utilización temprana y generalizada de métodos anticonceptivos por parte de las parejas casadas en Francia.

Oportunidades económicas

Con todo, esta evolución también tiene algunas consecuencias favorables. Un descenso del número de niños y de la población en general significa que es necesario gastar menos dinero en vivienda y cuidado de los niños. Estos recursos podrían reasignarse a la investigación y el desarrollo, la adopción de tecnologías avanzadas y la mejora de la calidad educativa. La caída de la fecundidad también podría estimular el crecimiento económico elevando las tasas de participación en la fuerza laboral, especialmente de las mujeres, así como el ahorro y la acumulación de capital. Este fenómeno ya se produjo tras el final del baby boom que siguió a la Segunda Guerra Mundial y generó un dividendo demográfico en muchos países, que aportó hasta 2–3 puntos porcentuales al crecimiento del ingreso per cápita.

Las características productivas de una población son más importantes que su tamaño para definir su capacidad de generación de conocimiento e innovación. El número de habitantes sanos y educados representa el capital humano que contribuye a los avances en materia de conocimiento y determina el progreso tecnológico y el crecimiento económico. En su libro The Journey of Humanity: The Origins of Wealth and Inequality, Oded Galor, economista de la Universidad de Brown, afirma que la caída de la fecundidad y el aumento de los niveles educativos posibilitarán la formación de capital humano y mejoras de la prosperidad a largo plazo. 

El descenso de la población también puede mejorar el bienestar social si reduce las presiones sobre el medio ambiente, como la contaminación del suelo, el aire y el agua, el cambio climático, la deforestación y la pérdida de biodiversidad.

Adaptación y reestructuración

¿En qué circunstancias deberían las autoridades intentar corregir la reducción de la fecundidad? ¿Qué medidas podrían poner en práctica? 

Son dos preguntas complicadas. Intrínsecamente, no hay nada malo en que una economía crezca o se contraiga al mismo ritmo que su población. Por otra parte, es notoriamente difícil diseñar políticas de fomento de la natalidad eficaces. Es posible que la caída de las tasas de natalidad sea una expresión clara de las preferencias sociales que sencillamente tenemos que aceptar. Los problemas están relacionados con los efectos secundarios, como el descenso del PIB per cápita, el estancamiento de la innovación y el crecimiento y los retos que plantea apoyar a una población envejecida.

Estas amenazas ya han llevado a algunos países con tasas de fecundidad bajas o en descenso a aplicar medidas destinadas a estabilizar o elevar sus tasas de natalidad. Corea del Sur anunció recientemente el primer aumento de las tasas de fecundidad de los últimos nueve años. China abolió su política de hijo único. Japón introdujo modalidades de trabajo flexibles. Y varios países europeos están reformando sus sistemas de seguridad social para garantizar su sostenibilidad.

Las autoridades podrían poner en práctica una serie de políticas favorables a las familias para fomentar un aumento de la natalidad, aunque el nacimiento de más niños crea sus propias tensiones económicas y la ampliación de la población activa tardaría dos décadas en materializarse. Esas políticas podrían tener como objetivo un mejor equilibrio entre las responsabilidades laborales y familiares e incluir exenciones fiscales para las familias numerosas, bajas de maternidad y paternidad más prolongadas y flexibles, sistemas públicos o subvencionados de cuidado de niños y subvenciones para tratamientos para la infertilidad.

Las mejoras en el acceso a la educación y en la calidad de esta también podrían ser eficaces para mejorar la capacidad innovadora de la población. Esto permitiría a una sociedad crear más valor mediante el trabajo, lo que elevaría el bienestar tanto individual como social.

Los cambios de las políticas de pensiones —por ejemplo, el retraso de la edad de jubilación— tienen un potencial considerable para evitar la contracción de la fuerza de trabajo eliminando desincentivos de la permanencia en el mercado de trabajo hasta edades más avanzadas. Las políticas relacionadas con la baja fecundidad y la despoblación pueden ser más eficaces combinadas que de manera individual. Una fuerte inversión en la salud y la educación de los jóvenes y los adultos en la edad de máximo rendimiento puede lograr que las personas estén lo suficientemente sanas y bien formadas para trabajar de manera productiva mucho más allá de la edad tradicional de jubilación.

Las autoridades deben ser conscientes de los cambios que se están produciendo en el panorama laboral, en particular el auge de la digitalización, la robótica, la automatización y la inteligencia artificial. Aunque estas herramientas tienen un potencial muy atractivo, su evolución no solo afectará a los tipos de trabajos disponibles y a cómo se llevan a cabo, sino que también cambiará la forma en que los trabajadores interactúan socialmente. Esto también puede tener consecuencias significativas para los niveles y los patrones de la natalidad.

El mundo está experimentando un profundo cambio demográfico: del rápido crecimiento de la población durante el siglo pasado a su contracción en el siglo actual. La caída incesante y pronunciada de la fecundidad es la causa principal de esta transición, que también conlleva un aumento sin precedentes del número de personas de edad avanzada. Convendría que las autoridades estuvieran muy atentas a los datos y las consecuencias económicas y sociales que se van conociendo de estos cambios demográficos. Es posible que no les gusten todas las consecuencias, pero por lo menos tendrán que estar en condiciones de proponer estrategias plausibles para abordarlas.

DAVID E. BLOOM es titular de la cátedra Clarence James Gamble de Economía y Demografía de la Escuela de Salud Pública T. H. Chan de la Universidad de Harvard.

MICHAEL KUHN dirige el Economic Frontiers Program del Instituto Internacional de Análisis de Sistemas Aplicados.

KLAUS PRETTNER es profesor en la Universidad de Economía y Negocios de Viena.

Las opiniones expresadas en los artículos y otros materiales pertenecen a los autores; no reflejan necesariamente la política del FMI.