El dinero ha adoptado numerosas formas a lo largo de los milenios; los activos digitales son su versión más moderna
Hace miles de años, mucho antes de que existieran las monedas, los billetes, las tarjetas de crédito y las aplicaciones bancarias, nuestros antepasados compraban y vendían productos utilizando cauríes, un tipo de caracol marino. Estos brillantes activos físicos fueron la primera innovación financiera de la humanidad. Lo que los hacía especialmente útiles era su facilidad de verificación: cuando alguien entregaba un caurí, se podía ver, tocar y se confiaba en que tenía valor. No era necesario un intermediario para verificar la transacción.
Actualmente, el dinero en efectivo sigue funcionando así. Cuando se paga a alguien con un billete, el trato queda cerrado, sin demoras. Pero cuando hablamos de transacciones digitales, los pagos solo parecen instantáneos. Aunque invisible para el usuario, los bancos y las redes de tarjetas de crédito actúan como intermediarios aprobando y procesando la transacción. Asumen el riesgo de liquidación; es decir, el peligro de que uno de los intervinientes incumpla su parte del trato. Los intermediarios garantizan que ambas partes cumplan sus promesas.
Gestionar el riesgo de liquidación a través de intermediarios lleva tiempo. Esto es importante en los casos en que los retrasos en la liquidación acarrean costos elevados, especialmente cuando se negocian acciones, bonos u otros valores en los mercados financieros. Una cámara de compensación recibe los activos del vendedor y el pago del comprador, y los intercambia uno o dos días después. En lugares como Wall Street, el tiempo es sinónimo de dinero. Según J.P. Morgan los costos de gestión de activos podrían reducirse en torno a una quinta parte si la liquidación de las operaciones y la reinversión del producto de las ventas fueran inmediatas.
Los actores de la innovación financiera pretenden reducir los costos de intermediación llevando la inmediatez del intercambio de activos (o tókenes) físicos al mundo digital. El reto radica en que, cuando las partes que realizan la transacción no están físicamente en el mismo lugar, no pueden ver los activos que están intercambiando antes de completar la operación. La programabilidad ofrece una solución: un fragmento de código que garantiza que el dinero del comprador y el activo del vendedor queden bloqueados y se intercambien en el mismo momento. Los fondos recibidos pueden reinvertirse automáticamente, lo que supone un valioso ahorro de tiempo y dinero.
Intermediarios digitales
La tokenización crea activos en un libro mayor programable, un sistema de registro de transacciones financieras en el que los participantes del mercado pueden confiar y al que acceden de forma compartida. Activos como una acción o un bono pueden emitirse directamente en el libro mayor, o pueden ser una representación de un activo existente fuera del libro mayor, como las acciones de la Bolsa de Nueva York. En este último caso, sigue siendo necesario que un intermediario mantenga el activo representado de forma segura en segundo plano.
La tokenización puede incentivar la competencia entre intermediarios. Para operar en los mercados financieros, los inversionistas suelen estar obligados por la normativa a recurrir a agentes de bolsa. El traspaso de activos de un agente a otro es un proceso complicado que requiere los servicios de una cámara de compensación especializada. Como alternativa, un inversionista puede vender todos los activos que posee a través de un agente de bolsa y volver a comprarlos a través de otro, pero eso conlleva un costo de negociación. Sin embargo, la tokenización permite transferir datos entre agentes de bolsa con tan solo un clic. Facilita a los inversionistas la labor de comparar y cambiar de agente para obtener el mejor precio.
La tokenización no elimina a todos los intermediarios, pero está transformando el sector financiero y reduciendo la necesidad de determinadas funciones. Los registradores son intermediarios que gestionan los registros de propiedad de los activos y transmiten pagos, como dividendos o intereses, de una empresa a los propietarios de los activos. En un libro mayor de tókenes, estos pagos se realizan directamente a los titulares, lo que automatiza la función de los registradores y los deja sin trabajo.
La tokenización funciona mejor cuando el dinero y los activos fluyen sin problemas. Si diferentes empresas crean sus propios registros de tókenes y estos no son compatibles entre sí, el sistema financiero podría fragmentarse en compartimentos. Es posible diseñar registros contables que puedan comunicarse entre sí, pero esta interoperabilidad requiere planificación y coordinación. Por eso las autoridades quieren asegurarse de que los sistemas tokenizados sigan siendo abiertos, conectados y estables.
Desplomes relámpago
La mayor eficacia de la tokenización no está exenta de riesgos. Conducir más rápido puede ahorrar tiempo, pero también aumenta la probabilidad de que se produzcan accidentes y de que estos sean más graves. Lo mismo ocurre con los mercados financieros. Las operaciones bursátiles más rápidas y automatizadas ya han provocado caídas repentinas, conocidas como “desplomes relámpago”, como la registrada en Wall Street en 2010, cuando el valor de las acciones cotizadas en bolsa perdió momentáneamente alrededor de USD 1 billón. Al facilitar la programación y ejecución instantánea de reglas de negociación automatizadas, los mercados tokenizados pueden conllevar más riesgos y volatilidad.
Las crisis financieras suelen desarrollarse en efecto dominó; una caída desencadena otra, como ocurrió durante la crisis de 2008–2009, cuando gigantes mundiales como Bear Stearns, Lehman Brothers y AIG se desplomaron en el plazo de seis meses. En un registro de tókenes, se pueden escribir cadenas de programas unas sobre otras, que actúan como un conjunto programado de fichas de dominó que caen durante una crisis.
La tokenización y la programabilidad también facilitan la creación de productos financieros complejos, cuyos riesgos los reguladores pueden no comprender plenamente hasta que es demasiado tarde. Esto fue lo que ocurrió con los activos no programables que se deterioraron durante la crisis de 2008–2009 y llevó al Informe de Investigación sobre la Crisis Financiera a concluir que, cuando estalló la burbuja inmobiliaria, también lo hizo la “burbuja de la complejidad”. Según dicho informe, “Los títulos respaldados por hipotecas que habrían sido impensables dos décadas antes —y que pocos comprendían del todo— fueron los primeros en caer en el sector financiero”. La programabilidad se suma a un panorama financiero ya complejo de por sí y dificulta a los reguladores la vigilancia de los posibles riesgos.
El nivel de endeudamiento entre los participantes en un mercado financiero a menudo ha marcado la diferencia entre una simple réplica y un tsunami financiero. La deuda amplifica los shocks porque implica una promesa de reembolso, y nada hace tambalear la confianza como las promesas de pago incumplidas. La tokenización puede facilitar la acumulación de deuda, ya que los inversionistas o las instituciones pueden utilizar los tókenes como garantía para pedir un préstamo y luego invertir ese dinero en otro lugar. Si una parte falla, por ejemplo, si un token pierde valor, podría provocar pérdidas en todo el sistema.
Tecnología híbrida
Los activos financieros empezaron siendo registros en papel y evolucionaron hasta convertirse en libros de contabilidad digitales y tókenes programables. Esta tendencia se está extendiendo ahora a activos no financieros, como los bienes inmuebles, y puede que incluso a las garantías agrícolas, como las tierras de cultivo y el ganado. Pero los activos físicos no pueden digitalizarse por completo, siguen precisando cuidados físicos para mantener su valor, como un granjero cuida de un rebaño o el pasto donde se alimenta. La mejor forma de ver la tokenización de activos no financieros es como un híbrido entre la tecnología física y la financiera.
Desde los cauríes del mundo antiguo hasta los tókenes digitales de hoy en día, la sociedad humana ha llegado a aceptar distintos instrumentos de cambio. Las últimas innovaciones ofrecen claras recompensas al agilizar las transacciones y abaratar la negociación. Pero también hay riesgos. La velocidad, la complejidad y el endeudamiento arriesgado han contribuido a las crisis financieras previas, y la tokenización se suma a todos ellos. Al igual que con cualquier innovación, los tókenes digitales deben manejarse con cuidado.
Este artículo se basa en una nota sobre tecnofinanzas del FMI, “Tokenization and Financial Market Inefficiencies”.
Las opiniones expresadas en los artículos y otros materiales pertenecen a los autores; no reflejan necesariamente la política del FMI.