Recobrar los valores modernos puede revertir la desaceleración de la innovación y sus beneficios

 

¿Por qué algunas naciones experimentan una prosperidad económica generalizada y otras no? ¿Por qué varias naciones occidentales —primero el Reino Unido y luego Estados Unidos, Francia y Alemania— experimentaron un notable período de innovación, crecimiento económico y progreso humano a partir de 1890? ¿Por qué se estancó la innovación después de 1970?

Mi tesis, desarrollada en el libro Una prosperidad inaudita (Mass Flourishing: How Grassroots Innovation Created Jobs, Challenge, and Change), publicado en 2013, y puesta a prueba en la secuela, Dynamism: The Values That Drive Innovation, Job Satisfaction, and Economic Growth, publicada en 2020, sostiene que las naciones con mejores resultados consiguieron niveles superiores de dinamismo: el deseo y la capacidad de innovar de sus habitantes. La fuerza que impulsó este dinamismo innovador y que espoleó a un gran número de ciudadanos a concebir innovaciones fue el auge y la difusión de ciertos valores modernos: el individualismo, la vitalidad y el deseo de expresión personal.

El individualismo (que no debe confundirse con el egoísmo) es el deseo de gozar de cierta independencia y de trazarse su propio camino. Su origen se remonta al Renacimiento. En el siglo XV, el filósofo italiano Giovanni Pico della Mirandola sostuvo que, si los seres humanos habían sido creados por Dios a su imagen y semejanza, debían compartir en cierta medida la capacidad creativa de Dios. En otras palabras, Pico anticipó un sentido del individualismo en el que las personas se labraban su propio desarrollo. Martín Lutero difundió el espíritu del individualismo durante la Reforma, cuando reivindicó que la gente leyera e interpretara la Biblia por sí misma. Otros pensadores que defendieron el individualismo fueron Ralph Waldo Emerson, con su concepto de autosuficiencia, y George Eliot, que encarnó el espíritu de la ruptura con las convenciones.

La vitalidad es la noción de que nos sentimos vivos cuando tomamos la iniciativa de "actuar sobre el mundo", según la terminología del filósofo alemán Georg Wilhelm Friedrich Hegel, cuando nos deleitamos con el descubrimiento y las aventuras hacia lo desconocido. Un espíritu vitalista se extendió de Italia a Francia, España y Gran Bretaña más tarde, durante la Era de los Descubrimientos, del siglo XV al XVII. Este espíritu se encuentra en la obra del gran escultor Benvenuto Cellini, con su afán por la competición; en el Quijote de Cervantes, cuando Sancho Panza, estancado en un lugar sin retos, llega a alucinar obstáculos para sentirse realizado; y, más tarde, en la obra del filósofo francés Henri Bergson, que concibió a las personas dinamizadas por las corrientes de la vida implicándose en proyectos desafiantes y transformándose en un proceso de "devenir".

Por último, la expresión personal es la gratificación que surge al hacer uso de nuestra imaginación y creatividad: expresar nuestros pensamientos o mostrar nuestros talentos. Al inspirarse para imaginar y crear una nueva forma o algo nuevo, las personas pueden revelar una parte de lo que son.

Valores modernos

Las economías modernas se formaron en naciones donde surgieron valores modernos. En esencia, esas economías estaban impulsadas por el juicio, las intuiciones y la imaginación de un pueblo moderno, en su mayoría gente corriente, como me gusta decir, que trabajaba en diversos ámbitos. Aquellas naciones con gran dinamismo no solo tenían índices superiores de innovación, sino también de satisfacción laboral y felicidad vinculadas a recompensas no pecuniarias, como los sentimientos de logro, el ejercicio de la imaginación para crear cosas nuevas y la superación de retos. Aquellas naciones favorecieron la prosperidad colectiva.

Por el contrario, el dinamismo fue escaso y la innovación y la satisfacción laboral menos abundantes en las sociedades en las que prevalecieron los valores tradicionales, como el conformismo, el miedo a asumir riesgos, el servicio a los demás y la concentración en las ganancias materiales más que en las empíricas.

¿Hay pruebas que apoyen mi teoría? Los cálculos realizados en Dynamism por uno de mis coautores, Raicho Bojilov, revelan que la innovación fue sistemáticamente abundante en algunos países y sistemáticamente escasa en otros durante aproximadamente un siglo. Durante el período de gran innovación posterior a la Segunda Guerra Mundial (comparable al período de innovación histórica comprendido entre la década de 1870 y la Primera Guerra Mundial), las tasas de innovación autóctona fueron sorprendentemente altas en Estados Unidos (1,02), el Reino Unido (0,76) y Finlandia (0,55), pero sorprendentemente bajas en Alemania (0,42), Italia (0,40) y Francia (0,32).

El análisis de 20 países de la Organización de Cooperación y Desarrollo Económicos realizado por otro coautor, Gylfi Zoega, muestra que los países con personas que poseen grandes dosis de valores modernos —Estados Unidos, Irlanda, Australia, Dinamarca y, en menor medida, Suiza, Austria, el Reino Unido, Finlandia e Italia— tienen tasas relativamente altas de innovación autóctona, como predice mi teoría.

Además, la investigación estadística de Zoega demuestra que los valores importan. Constata que no solo importa la confianza —un valor ni moderno ni tradicional, creo yo—, sino también "la voluntad de tomar la iniciativa, el deseo de conseguir logros en el trabajo, enseñar a los hijos a ser independientes y la aceptación de la competencia contribuyen positivamente al rendimiento económico... medido por el crecimiento de la PTF (productividad total de los factores), la satisfacción laboral, la participación de los hombres en la población activa y el empleo". Sin embargo, enseñar a los niños a ser obedientes redujo el rendimiento económico.

Por desgracia, desde entonces se ha ralentizado el espectacular ritmo de crecimiento. El crecimiento acumulado de la PTF en Estados Unidos en períodos de 20 años pasó de 0,381 en el período de 1919 a 1939, a 0,446 en el período de 1950 a 1970, y descendió a 0,243 en el período de 1970 a 1990 y a 0,302 en el período de 1990 a 2010, según los cálculos de Bojilov.

La desaceleración de la innovación y el crecimiento no significa que no haya habido innovación desde la década de 1970: ha habido avances en inteligencia artificial y vehículos eléctricos, por ejemplo. Sin embargo, la mayoría de estas innovaciones proceden de la región californiana de alta tecnología de Silicon Valley, una pequeña parte de la economía. El economista del Instituto Tecnológico de Massachusetts, Daron Acemoğlu, comentó recientemente que la IA no aportará más del 1% a la producción económica de Estados Unidos durante la próxima década.

Pérdida de innovación

Los costos económicos que supone para Occidente la pérdida de innovación son graves. El consiguiente casi estancamiento de la tasa salarial es inquietante para los trabajadores que crecieron creyendo que sus salarios aumentarían lo suficiente como para proporcionarles un nivel de vida mejor que el de sus padres. Como las inversiones de capital se topan con rendimientos decrecientes que ya no se ven compensados por un progreso técnico impresionante, se ha desalentado gran parte de la formación de capital. A medida que las tasas de interés reales se hundían, el precio de muchos activos, como las viviendas, aumentó sin cesar aproximadamente desde 1973 hasta 2019, de modo que menos personas que nunca podrían permitirse vivir en ellas.

Los costos sociales también han sido elevados. Los datos de los hogares de la encuesta social general muestran que la satisfacción laboral en Estados Unidos ha ido en descenso desde 1972. En Deaths of Despair, Anne Case y Angus Deaton presentan datos sobre el brote de desesperación en Estados Unidos y lo relacionan con la evolución económica.

Creo que el declive de la innovación y de sus beneficios es atribuible en gran medida al deterioro de los valores modernos que alimentan el dinamismo de la gente. El espantoso auge de la "cultura del dinero", por utilizar un término del filósofo estadounidense John Dewey, puede debilitar el dinamismo de una nación, como sostengo en Mass Flourishing.

Me alienta que otros se interesen por seguir desarrollando mis ideas sobre el restablecimiento del dinamismo económico. Melissa Kearney, directora del Aspen Economic Strategy Group, por ejemplo, ha desviado el enfoque de investigación de la organización, que ha pasado de centrarse en la resiliencia a fomentar el fortalecimiento del dinamismo.

Recuperar estos valores y revertir la desaceleración de la innovación será difícil. Los economistas deben concebir una economía con gran dinamismo en la que las personas puedan gozar de una prosperidad colectiva desde la base.

EDMUND PHELPS es profesor emérito de la cátedra McVickar de Política Económica en la Universidad de Columbia. Fue uno de los galardonados con el Premio Nobel de Economía de 2006.

Las opiniones expresadas en los artículos y otros materiales pertenecen a los autores; no reflejan necesariamente la política del FMI.