Henny Sender traza una semblanza de Zhu Min, el “funcionario público internacional” chino que tiende puentes con Occidente
El mundo nunca ha funcionado como a los economistas les gustaría. Sin embargo, actualmente el mundo parece representar más bien la antítesis de todo aquello en lo que cree y por lo que ha trabajado Zhu Min, tanto durante su largo mandato en la cúpula del FMI como en el centro del debate sobre políticas en Beijing.
El FMI, al igual que el propio Zhu, siempre ha defendido un mundo sin fronteras en el que el capital, las personas, la tecnología y el comercio fluyan con mucha libertad. No sorprende, por lo tanto, que Zhu considere que el mayor desafío al que se enfrenta este planeta polarizado —y el propio FMI— es la antiglobalización.
“El mundo ha cambiado”, reconoce Zhu. “No obstante, sigue necesitando una organización internacional y un mediador adecuado en materia de políticas. Desde que llegué al FMI, siempre defendí la cooperación y la estabilidad financiera. Estamos tan interconectados que las repercusiones se extienden por todas partes”.
En un radiante día de primavera, hablamos ante un hot pot de mariscos en un local de Beijing. A su alrededor, turistas y residentes pasean bajo un cielo azul impoluto, entre cerezos y melocotoneros en flor.
Poco hay en Zhu de un economista eminentemente teórico. Incluso ahora, ocho años después de que dejara el FMI, tras un mandato fijo de cinco años como Subdirector Gerente, se sigue identificando íntimamente con la institución. “Zhu es, ante todo, un funcionario público internacional”, afirma su antigua colega Yan Liu, actualmente subconsejera jurídica del FMI.
Nacido en Shanghái en 1952, Zhu vivió en carne propia la Revolución Cultural, antes de licenciarse en Economía por la prestigiosa Universidad de Fudan en 1982. Cuando China relajó las restricciones, Zhu se trasladó a Estados Unidos, donde cursó un máster en Administración Pública en Princeton y un doctorado en Economía en Johns Hopkins. A principios de la década de 1990, trabajó como economista en el Banco Mundial. Posteriormente, regresó a China para, según sus propias palabras, ayudar a librar al país de la pobreza que él mismo había vivido. Tras ascender en el Banco de China, de propiedad estatal, se convirtió en subgobernador del Banco Popular de China en 2009.
Con el creciente peso económico del gigante asiático, era inevitable que el FMI buscara incorporar a un alto funcionario chino en Washington. No obstante, en 2010, cuando Zhu, de entonces 58 años, se convirtió en asesor especial del Director Gerente de la época, Dominique Strauss-Kahn, y posteriormente en Subdirector Gerente bajo la dirección de Christine Lagarde, nadie pudo anticipar la rapidez con que Zhu se adaptaría a su nuevo entorno ni cómo iba a lograr que el FMI respondiera mejor a las necesidades de todos sus países miembros.
“Min es agua”, dice Siddharth Tiwari, que entonces trabajaba en el Departamento de Estrategia, Políticas y Evaluación del FMI, refiriéndose a la capacidad de adaptación de Zhu y su habilidad para sobrevivir en las circunstancias más difíciles.
“Zhu provenía del sistema nacional chino y aun así logró integrarse perfectamente a una red financiera internacional y a una institución idiosincrásica. Es una persona que demuestra que la diversidad aporta fortaleza, no fragmentación”.
Sin embargo, el amor de Zhu por la institución no es incondicional. Cree que el FMI debe transformarse para estar a la altura de los desafíos a los que se enfrentan tanto el mundo como la propia institución, y para seguir ejerciendo adecuadamente de mediador imparcial. “El FMI tiene que reflexionar sobre su propia independencia, su identidad y su compromiso con el patrimonio común de la humanidad. Necesita reposicionarse”.
Pero, ¿puede hacerlo? ¿Y se lo permitirá su principal accionista, Estados Unidos?
Desde que Zhu dejó el FMI, China ha cambiado mucho, pero la institución no tanto. “Min representa la forma en que funcionaban las cosas en China durante su época de auge. Sus años de formación coincidieron con una etapa en la que el crecimiento y la reforma eran las principales prioridades”, señala un antiguo funcionario del FMI que conoce bien Beijing. “En aquel entonces, los ejes centrales eran la integración de China en el mundo y un sistema de gobierno tecnocrático en Beijing”.
La Revolución Cultural
Zhu rara vez menciona las terribles circunstancias que marcaron su juventud en Shanghái durante la Revolución Cultural, algo que tampoco suelen hacer muchos miembros de su generación pertenecientes a la élite urbana. “La Revolución Cultural implicó sufrimiento”, dice Liu. “O te aplastaba o te hacía más fuerte”.
Durante la mayor parte de ese turbulento decenio, desde mediados de la década de 1960 hasta mediados de la década de 1970, Zhu trabajó en una fábrica de conservas de pescado en la ciudad. Al menos tuvo más suerte que su hermano, que fue enviado al campo a la empobrecida provincia de Anhui. Ninguno de los dos hermanos llegó a graduarse de la escuela secundaria, pero ambos lograron ingresar en la Universidad de Fudan tras el paréntesis de diez años en el que todas las universidades permanecieron cerradas.
Sin embargo, al menos en apariencia, Zhu muestra pocas de las cicatrices que marcan a sus contemporáneos, que suelen tener a flor de piel la frustración por la pérdida de los mejores años de su juventud y una desconfianza generalizada, salvo hacia sus familiares más cercanos.
Helen Qiao, actual directora de estudios sobre la economía asiática del Bank of America en Hong Kong, lo describe como un “yuan hua”, a saber, un guijarro en un arroyo al que han pulido los años de adversidad. “Al igual que mucha gente de Shanghái, se muestra reservado respecto al pasado que tanto lo marcó”.
Aunque nunca lo admitiría, Zhu exhibe pocos de los rasgos de carácter que muchos occidentales (acertadamente o no) asocian con los miembros de la élite del gobierno chino: la jerarquía, la rigidez, el lenguaje propio de las campañas políticamente correctas. De hecho, casi se muestra humilde en exceso.
A menudo se compara a Zhu con el exgobernador del banco central, Zhou Xiaochuan, debido al idealismo compartido y su aceptación del cambio. Sin embargo, los estilos de estos dos altos funcionarios difieren considerablemente. “Min siempre fue un jugador de equipo. Tuvo una función de asesor y era más flexible”, afirma el antiguo funcionario del FMI. “En cambio, Zhou siempre fue un reformista decidido; siempre iba un paso adelante”.
En el FMI, Zhu no tardó en dejar su impronta en iniciativas muy destacadas. En su primer año, contribuyó a instituir un cambio del 6% en las cuotas de las economías de mercados emergentes y en desarrollo, otorgándoles mayor influencia en la institución. Luego, en 2015, impulsó la inclusión del renminbi chino en la cesta de monedas que determinan el valor de los derechos especiales de giro, activos de reserva internacionales creados por el FMI. Ambas fueron reformas de hondo calado.
Cuando el FMI se vio presionado para ayudar en la crisis de la deuda de la zona del euro, Zhu fue decisivo para convencer a China de que aportara USD 45.000 millones a la causa. “Fue, con diferencia, la mayor contribución”, recuerda Tiwari. “Pocos chinos tenían el grado de influencia para conseguir algo así”.
Zhu siempre ha sido integrador y práctico, incluso cuando prefería trabajar tras bastidores. “La institución siempre fue muy rígida”, dice un segundo exfuncionario del FMI con años de experiencia en China continental. “Buscaba generar impacto donde pudiera marcar la diferencia. Fue Zhu quien trabajó para dar voz a los pequeños Estados insulares miembros”.
Además, Zhu también respaldó causas de la actividad social en Washington. Participaba constantemente en actividades de voluntariado que caracterizan la vida estadounidense, por ejemplo, en la creación de un club de lectura (inspirado por los dos hijos de su secretaria, Malinee Ramiscal), y reparando y renovando viviendas los fines de semana en los barrios más pobres de su nueva ciudad.
Al finalizar su mandato, antes de regresar a Beijing, todos, desde el electricista que le cambiaba las bombillas hasta Tiwari, recibieron regalos de recuerdo (a Tiwari le regaló un enorme jarrón cloisonné que aún luce en su oficina. Y Ramiscal, que nació en un año bisiesto, sigue recibiendo flores de su antiguo jefe cada cuatro años).
Reformar la misión
Han pasado ocho años desde que Zhu regresó a Beijing, donde en la actualidad ejerce como vicepresidente del centro de estudios China International Economic Exchange Centre. Sin embargo, continúa con su misión de reformar el FMI.
No obstante, su llamado en favor de un cambio profundo llega en un momento delicado. Esto se debe a que Estados Unidos, que es la voz dominante en el FMI, se está tornando cada vez más populista y proteccionista. Algo que, a su vez, lleva a preguntarse si el FMI realmente puede controlar su propio destino, suponiendo que tenga la voluntad de hacerlo.
Por ejemplo, a pesar del denominado excepcionalismo estadounidense (un término que Zhu evita), el poder económico en el mundo actual se está alejando de Estados Unidos. Pero los derechos de voto en el FMI no reflejan la realidad: la mitad del PIB mundial proviene de los mercados emergentes. “La estructura de gobierno y los derechos de voto del FMI están muy rezagados en este aspecto”, afirma Zhu.
“Nadie ha sufrido más que China la falta de adaptación a estas nuevas realidades económicas”, afirma otro de los varios exfuncionarios del FMI que hablaron sobre Zhu. “Eso está en consonancia con el pensamiento chino y con el Sur Global”.
Además, al menos de forma indirecta, la agenda de Zhu desafía el dominio de Estados Unidos, aunque de una manera que resonará entre las economías en desarrollo. Por ejemplo, le inquieta la preponderancia del dólar de EE.UU. como única moneda con estatus de reserva a nivel mundial, un estatus que mantiene a pesar de la explosión del balance de la Reserva Federal y del enorme tamaño de la deuda fiscal estadounidense. En su lugar, aboga por que los derechos especiales de giro sean más líquidos y negociables.
Zhu también considera que las necesidades de los mercados emergentes son muy diferentes de los requisitos mucho más limitados del reducido grupo de mercados desarrollados que marcaban la agenda del FMI en el pasado. La organización debe ampliar su enfoque, pasando de su énfasis tradicional en los saldos en cuenta corriente, los equilibrios fiscales y los tipos de cambio, a una política que haga hincapié en el empleo y el crecimiento en el mundo en desarrollo, reduciendo al mismo tiempo la desigualdad de ingresos. “Me llevó dos años y medio lograr que el Directorio Ejecutivo aceptara esto”, señala secamente.
Además, Zhu aspira a que el FMI cuente con un sistema de alerta temprana para detectar crisis incipientes, que luego contribuya a aumentar la resiliencia mediante la creación de redes de seguridad regionales (piénsese, por ejemplo, en la Iniciativa Chiang Mai, creada poco después de la crisis financiera asiática para proporcionar swaps multilaterales entre los países del sudeste asiático, Japón, Corea del Sur y China, cuyo objetivo era en parte reducir la dependencia del FMI). Con una visión aún más ambiciosa, Zhu considera que el FMI debe tener una función de coordinación en apoyo de la neutralidad de carbono, ya que ni los gobiernos ni los mercados de capitales han logrado gestionar el riesgo climático. “El Banco Mundial puede ejecutar proyectos”, afirma. “Pero, ¿quién puede respaldar la política fiscal mundial necesaria para financiar la transición? Para eso no hay nadie”.
¿Hasta qué punto es realista este llamado a la acción? Muchas de sus recomendaciones van mucho más allá del limitado papel que desempeña actualmente el FMI y, de hecho, no es seguro que ninguna organización internacional cuente con las capacidades que Zhu reclama.
Una cooperación constructiva
Zhu podría definirse a sí mismo como un reformista que trabaja por un mundo en el que los países cooperen para fomentar un sistema financiero sostenible, donde el capital fluya de manera fluida y eficiente para hacer posible un crecimiento productivo, pero también vive en el entorno particular de China.
“Siempre ha defendido la armonía internacional”, afirma Eswar Prasad, que conoce a Zhu desde cuando ambos trabajaban en el FMI. “Desea que China desempeñe un papel constructivo y mantenga un diálogo equilibrado sobre asuntos tales como la manera de reestructurar el sistema monetario internacional”.
Sin embargo, hoy en día esa misión se ve dificultada por asuntos conflictivos entre el FMI y Beijing, relativos tanto al papel de China en la resolución de la deuda de terceros países como a las críticas del FMI a la política económica del Gobierno chino. Por otro lado, en un mundo cada vez más polarizado, no está claro si ser equilibrado podría interpretarse como discordar de la política de China y a la vez ser visto en Occidente como un portavoz de Beijing.
Es precisamente el papel de Zhu como puente en el pasado lo que hace que hoy parezca una anomalía. ¿Podrá Zhu, que siempre ha actuado como mediador entre China y Occidente, llevar a China y al FMI a un punto intermedio de consenso?
“Entendía dos mundos y hablaba dos idiomas”, dice uno de los exfuncionarios del FMI. “Pero parece que hoy en día las personas con esa capacidad tienen menos influencia. Cuando hay menos gente dispuesta a desempeñar ese papel, sin figuras como Min en ambos lados, aumenta el riesgo de malentendidos desastrosos”.
Pese a todo, Zhu conserva su optimismo y su paciencia. Liu, del FMI, recuerda las palabras que siempre les decía: “Puede que se necesiten años para mover la montaña. Pero si pasa demasiado tiempo, no esperen. Muévanse ustedes”.
Las opiniones expresadas en los artículos y otros materiales pertenecen a los autores; no reflejan necesariamente la política del FMI.