Los países solo podrán evitar la fragmentación y el agravamiento de las crisis si colaboran entre sí

“Aquellos que miran solo al pasado o al presente se perderán el futuro”. Estas palabras, pronunciadas por el presidente John F. Kennedy hace seis décadas, resuenan hoy con renovada urgencia. Cada año que pasa quedan al descubierto las fallas de nuestro obsoleto paradigma económico y se hace más evidente la necesidad de adoptar uno nuevo.

Los desafíos mundiales que exigen soluciones mundiales son constantes, ya se trate del clima cambiante o de las crecientes amenazas cibernéticas. Y justo cuando nos enfrentamos a estos desafíos, los tres pilares que sustentaban el sistema mundial tras la Guerra Fría —la unipolaridad, la hiperglobalización y la economía neoliberal— se desmoronan ante nuestros ojos. Estos cambios radicales están sembrando las semillas de una nueva ola de nacionalismo populista ejemplificada por los movimientos “América primero”, “Rusia primero”, “India primero”, “China primero” y, a menudo, "mi país primero y nada más" que están surgiendo en todo el mundo.

En primer lugar, nuestro mundo unipolar está dando paso a un mundo multipolar; no un mundo con muchos Estados de poder idéntico, sino un mundo con múltiples centros de poder. Hace veinte años, ¿habría invadido Ucrania el presidente Putin? ¿Habría aguantado tanto tiempo un primer ministro israelí en contra del consejo de un presidente estadounidense? ¿Se habrían negado los dirigentes árabes a reunirse con un presidente estadounidense cuando llegara a Oriente Medio?

Hoy en día, liberados de lo que parecía una camisa de fuerza unipolar, los países sienten que pueden permitirse guardarse las espaldas, no tomar partido y actuar como “estados péndulo”. Este fenómeno se ha manifestado de forma dramática en la resistencia de la mitad del mundo —la mayoría de los países no occidentales— a apoyar a Ucrania en su guerra contra Rusia. En la actualidad, solo 45 países imponen sanciones a Rusia. Los países sienten que pueden decidir no escoger bando o escoger múltiples bandos, y que pueden enfrentar a una gran potencia contra otra. Y, como demuestra el aumento del número de miembros del grupo BRICS —de 5 a 10, con más integrantes en camino—, ahora los países están formando alianzas oportunistas y potencialmente peligrosas.

En segundo lugar, también estamos dejando atrás el mundo neoliberal de la economía de libre comercio para adentrarnos en un mundo más mercantilista definido por la “localización por afinidad ideológica” estadounidense, la "reducción del riesgo" europea y la "autosuficiencia" china. Con este viraje proteccionista, los gobiernos desempeñan hoy en día una función mucho más importante en la política económica, y no a través de aranceles más elevados principalmente, sino por medio de prohibiciones de las importaciones y las exportaciones, de las tecnologías y de las inversiones, así como por medio de sanciones.

El año pasado se aplicaron casi 3.000 restricciones comerciales en todo el mundo. El FMI estima que las pérdidas mundiales derivadas del aumento de la fragmentación del comercio podrían suponer un costo a largo plazo de hasta el 7% del PIB mundial, por no hablar de la ralentización de la cooperación en cuestiones de carácter mundial, como la transición verde y la inteligencia artificial.

Un orden mundial basado en el poder

En tercer lugar, hemos pasado de una hiperglobalización de barra libre a una globalización más restringida, ya que ahora hay que tener en cuenta cuestiones de seguridad, así como consideraciones relativas al medio ambiente y la equidad. Los bancos centrales ya no son la única opción, y un orden basado en el poder está sustituyendo al orden basado en normas. Con el aumento del comercio mundial de servicios, no estamos asistiendo a una desglobalización, ni siquiera a una ralentización de la globalización. Lo que estamos presenciando es la adopción de políticas industriales nacionales por parte de más de 100 países; solo el año pasado se registraron más de 2.500 medidas proteccionistas.

Las políticas de compra basadas en el “por si acaso” han sustituido a la conocida fórmula del “justo a tiempo”, y ahora se prefiere un suministro resiliente y seguro a obtener simplemente el precio más bajo. Asimismo, a medida que diversifican su dependencia de un solo productor y adoptan estrategias de “China más uno, dos, tres, cuatro o incluso cinco”, los países que comercian con China trasladan sus pedidos de exportación a Vietnam, Bangladesh y otras naciones.

Se calcula que el crecimiento mundial será del 2,8% en 2030, una cifra significativamente inferior al promedio histórico, del 3,8%, y el informe Perspectivas de la economía mundial (informe WEO) del FMI advierte que la década de 2020 podría ser la peor para el crecimiento de los últimos tiempos. Un aumento del proteccionismo no hará sino disminuir el crecimiento mundial en un momento en el que es preciso reforzar la cooperación para potenciar el comercio e impulsar la prosperidad. La pobreza extrema, que debía erradicarse para 2030 en virtud de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de las Naciones Unidas, afecta actualmente a unos 700 millones de personas. Al ritmo actual, 600 millones seguirán sumidas en la pobreza en 2030.

En la década de 1930, otra época de recortes, Winston Churchill dijo que los líderes estaban “resueltos a ser irresolutos, inflexibles para ir a la deriva, sólidos para la fluidez y todopoderosos para la impotencia”. Hoy, la decepción popular con los líderes actuales se refleja en el nacionalismo populista, en el que los votantes culpan a la propia globalización de su suerte cuando el verdadero culpable es nuestro fracaso a la hora de gestionar correctamente esa globalización.

La decepción popular con los líderes actuales se refleja en el nacionalismo populista, en el que los votantes culpan a la propia globalización de su suerte cuando el verdadero culpable es nuestro fracaso a la hora de gestionar correctamente esa globalización.

Sin embargo, las políticas que enfrentan a amigos y enemigos, los acuerdos comerciales y de seguridad puntuales y las alianzas transitorias solo llevarán a los países hasta cierto punto. El futuro económico de cada continente depende más de un sistema internacional estable. Aunque por razones diferentes, todos los continentes necesitan un orden multilateral: Europa porque depende del comercio; las economías en desarrollo porque no pueden aprovechar su potencial económico sin una transferencia de recursos de las economías desarrolladas; los países de ingreso medio porque no quieren verse obligados a elegir entre China y Estados Unidos, y la propia China no puede convertirse en un país de ingreso alto sin un próspero mercado de exportación.

Estados Unidos también se beneficiará del fortalecimiento del orden multilateral. Ya no se encuentra en un mundo unipolar en el que puede aspirar a triunfar actuando de forma unilateral. En su lugar, Estados Unidos es el líder obvio de un mundo multipolar que avanzará a través de las mismas instituciones multilaterales que creó.

Un multilateralismo más fuerte

La Organización Mundial del Comercio debería aprovechar al máximo las indudables habilidades de su directora general, Ngozi Okonjo-Iweala, para resolver las diferencias comerciales mediante la conciliación, el arbitraje y la negociación, y dejar atrás su inoperante sistema de apelación excesivamente legalista basado en jueces.

Al mismo tiempo, el FMI debe reforzar su función en la prevención y resolución de crisis. Bajo el firme liderazgo de Kristalina Georgieva, el FMI debería dar más prioridad a su papel fundamental como sistema de alerta temprana para la economía mundial, movilizar su capacidad de préstamo de USD 1 billón para mejorar la protección frente a las crisis económicas, negociar un mecanismo de reestructuración de la deuda soberana mucho mejor y crear así una red de seguridad financiera mundial más completa.

Con el 59,1% del poder de voto en el FMI en manos de países que representan el 13,7% de la población mundial, mientras que la participación conjunta de India y China representa solo el 9%, el FMI debe reformar su composición. 

El Banco Mundial debe convertirse, como ha propuesto su nuevo y dinámico presidente, Ajay Banga, en un banco mundial de bienes públicos centrado tanto en el capital humano como en la gestión medioambiental. Se calcula que las economías de mercados emergentes y en desarrollo, excluida China, necesitarán USD 3 billones anuales de aquí a 2030 para financiar la acción climática y los ODS, de los cuales USD 2 billones deberán recaudarse internamente y USD 1 billón tendrá que venir de fuera.

El informe Summers-Singh del Grupo de los Veinte (G20) propone que los bancos multilaterales de desarrollo faciliten un incremento anual de USD 260.000 millones. Deben ponerse en marcha mecanismos financieros innovadores, como el uso de garantías para reducir el riesgo y aumentar la inversión del sector privado, con el fin de impulsar y complementar estos esfuerzos. El Banco Mundial y los bancos multilaterales de desarrollo necesitarán conseguir más fondos de los países miembros para aumentar su capital.

Dado que el número de miembros del Grupo de los Siete es demasiado reducido para ser el comité de dirección de la economía mundial, el G20 debería convertirse en lo que se pretendía que fuera: el principal foro de cooperación económica mundial. Para que funcione, debe ser más representativo y contar con un sistema de representación y una secretaría profesional que pueda garantizar la continuidad de la política de año en año.

Mantener la esperanza en tiempos difíciles es fundamental. El Tratado de Prohibición de los Ensayos Nucleares de Kennedy en los años sesenta, las reducciones de armas nucleares de Ronald Reagan y Mijail Gorbachov en los ochenta, los esfuerzos multinacionales para evitar el agotamiento de la capa de ozono en los noventa, la cumbre del G20 de 2009 para estabilizar la economía mundial y el más reciente Acuerdo de París sobre el cambio climático son ejemplos del potencial de la cooperación mundial. Sin embargo, el éxito requiere un liderazgo visionario y la voluntad de trabajar juntos.

Ante nosotros se abren dos caminos. Uno conduce a la fragmentación mundial y a crisis cada vez más profundas, mientras que el otro, si trabajamos colectivamente, traerá prosperidad, progreso y esperanza. Yo elijo la esperanza.

GORDON BROWN es ex primer ministro del Reino Unido.

 

Este artículo está basado en un discurso pronunciado por el autor en abril de 2024 en la conferencia PIIE-FMI sobre la orientación del cambio estructural. 

Las opiniones expresadas en los artículos y otros materiales pertenecen a los autores; no reflejan necesariamente la política del FMI.