La migración ha impulsado el progreso humano durante cientos de miles de años
La historia de la migración es la historia de la humanidad y su progreso. Es una historia de cooperación e intercambio pacíficos, pero también de violencia. Se han cometido atrocidades que obligaron a las personas a emigrar contra su voluntad. Sin embargo, a pesar del sufrimiento, la migración sigue siendo la clave del éxito de nuestra especie.
Los pueblos en movimiento llevaban consigo vestigios de tierras antiguas y vidas pasadas. A medida que se alejaban de sus hogares, se encontraban con asentamientos que ya habían adquirido hábitos, tecnologías y actividades económicas diferentes. Intercambiaban bienes y compartían ideas, como polinizadores del progreso humano.
Hoy en día, en Estados Unidos, los inmigrantes representan un porcentaje desproporcionadamente alto del liderazgo intelectual, desde ganadores de Premios Nobel y directores oscarizados hasta fundadores de los denominados “unicornios”, empresas emergentes valoradas en más de USD 1.000 millones. En el Reino Unido, los inmigrantes constituyen un tercio de los autores galardonados con el Premio Booker.
Las repercusiones en los países que los emigrantes dejan atrás son igual de importantes. Los emigrantes envían a sus países de origen más de USD 1 billón al año en remesas, una cifra que supera los flujos de ayuda e inversión combinados que se destinan a muchas economías en desarrollo, y a menudo regresan con nuevas cualificaciones e inversiones. Los empresarios que pasaron tiempo en el extranjero han creado algunas de las empresas emergentes de mayor éxito, desde los gestores de activos caribeños Blue Mahoe Capital hasta el gigante tecnológico indonesio GoTo.
Sin embargo, la historia comienza hace al menos 300.000 años, cuando nuestros antepasados africanos desarrollaron las habilidades necesarias para migrar a distancias cada vez mayores. Hace unos 65.000–70.000 años se aventuraron hacia Oriente Medio y luego más lejos, hacia Asia y Europa. Antes del final de la última glaciación, hace más de 25.000 años, cruzaron de Siberia a América.
Unos 6.000 años atrás, en Eurasia, se domesticaron los caballos. Luego, la rueda y el carro permitieron viajar a nuevos lugares mucho más lejanos, a menudo con plantas y animales. A medida que más personas emigraban, aumentaban las posibilidades de conocer a otras, lo que creó oportunidades para intercambiar conocimientos y aprender nuevas formas de cultivar alimentos, mantenerse sanos y organizar comunidades.
Cuanto más exploraban y experimentaban nuestros primeros antepasados, más diferencias afloraban entre ellos. Así pues, los encuentros entre estos grupos tan distintos eran más productivos, pero también podían ser fuente de conflictos. Un grupo solía ser más fuerte o estar más avanzado tecnológicamente que el otro. El comercio y los primeros intercambios pacíficos podían volverse hostiles cuando una parte dominaba a la otra comercialmente e incluso violentamente mediante la invasión y el sometimiento.
Encuentros desiguales
Los encuentros desiguales entre poblaciones, de naturaleza comercial o bélica, afectaron considerablemente al equilibrio de poder en todo el planeta a lo largo del tiempo. Sin embargo, los vínculos comerciales entre imperios también propiciaron un dinámico intercambio mundial de personas e ideas.
A lo largo de rutas comerciales transitadas se crearon mercados y puertos. Las ciudades comerciales se convirtieron en centros neurálgicos donde se concentró e intercambió información, productos y recursos. Las ideas diversas generadas en estos focos de actividad se extendieron y desafiaron las maneras tradicionales de hacer las cosas. A medida que se expandieron las redes comerciales crecieron la riqueza y el dinamismo de las principales comunidades. Así surgió un círculo virtuoso de riqueza creciente, incremento del comercio y mayores volúmenes de migración, intercambios e innovación.
Mucho antes de que llegaran los europeos, los habitantes de América migraron a grandes distancias. Las culturas y sociedades mesoamericanas compartían conocimientos sobre cuestiones que iban desde el desarrollo de los cultivos hasta la astronomía y la religión. Cuando los europeos llegaron trajeron armas, pero también patógenos mortales que a los sistemas inmunitarios de los pueblos indígenas les costó bastante resistir. La consiguiente propagación de enfermedades provocó una pérdida de vidas de proporciones catastróficas.
En 1519, barcos con poco más de 600 españoles desembarcaron en la costa de México. En un siglo, los 20 millones de habitantes del imperio azteca quedaron reducidos a poco más de 1 millón, muchos debido a la violencia, pero la mayoría a causa de las enfermedades. Los recursos y riquezas que extrajeron los recién llegados se enviaron a Europa, lo que atrajo cada vez más europeos a América.
Intercambio colombino
El “intercambio colombino”, que comenzó en las décadas posteriores a 1492, consistió en la polinización cruzada irreversible de cultivos, animales, mercancías, enfermedades, tecnologías e ideas transportadas por los migrantes entre las Américas y otros continentes.
Además del tabaco y el cacao, entre las muchas plantas americanas introducidas en otros continentes figuraron el maíz, la papa, el caucho, el tomate y la vainilla. La circulación fue en ambas direcciones. Cultivos hasta entonces desconocidos en América resultaron ser fundamentales para sus economías y culturas —azúcar, arroz, trigo, café, cebollas, mangos, plátanos, manzanas y cítricos—; muchos de ellos habían sido traídos inicialmente a Europa desde Asia o África. Los animales domesticados introducidos por los españoles ofrecieron nuevas fuentes de alimento y formas de transporte, entre ellas montar a caballo.
Hoy, la carne vacuna y el cerdo son componentes esenciales de la dieta en América. Del mismo modo, la papa blanca “irlandesa” de los Andes peruanos se convirtió en un alimento básico en muchas partes de Europa, donde los moules frites belgas, el rösti suizo y el fish and chips inglés se convirtieron en platos nacionales muy apreciados. Gran parte de la cocina italiana moderna sería inimaginable sin el tomate.
Algunos de los registros humanos más antiguos documentan el movimiento de migrantes contra su voluntad. A lo largo de los siglos, se ha transportado un gran número de personas en calidad de esclavos, siervos o trabajadores sometidos a distintas formas de servidumbre no libre. Históricamente, una combinación de poder, coerción y la capacidad para subyugar pueblos o territorios hizo posible la esclavitud, al igual que la demanda de mano de obra para trabajos penosos. Los viajes de expansión europeos prepararon el terreno para siglos de brutal explotación de las poblaciones indígenas de África y otras regiones, durante los cuales la violenta subyugación propia de la esclavitud alcanzó niveles industriales.
La esclavitud es la versión más extrema de trabajo forzado que ha obligado a las poblaciones a emigrar. La línea que separa el trabajo libre del forzado suele ser difusa. Del mismo modo, existen sutiles diferencias entre los tipos de trabajo forzado, como el trabajo no remunerado y la servidumbre por deudas.
La era de las grandes migraciones
El período comprendido entre mediados del siglo XIX y el comienzo de la Primera Guerra Mundial en 1914 no tuvo parangón en cuanto al volumen de migrantes y las distancias que recorrieron. Esta era de grandes migraciones se produjo después de disturbios, pogromos y hambrunas sin precedentes, así como de nuevas oportunidades en las colonias y la llegada del vapor y el ferrocarril, los cuales facilitaron viajes más baratos y más rápidos.
Millones de emigrantes europeos cruzaron el Atlántico en busca de una mejor vida en América. Una cifra similar se desplazó también por el sur y el centro de Asia, así como por el Pacífico. La era de las grandes migraciones fue excepcional no solo por el número de personas que se desplazaron, sino también por su fomento por parte de los gobiernos de acogida. La abolición de la esclavitud en Gran Bretaña y sus colonias en 1836 y en Estados Unidos en 1865 llevó a gobiernos y empresarios a atraer a inmigrantes voluntarios, así como a trabajadores en régimen de servidumbre.
Hasta la década de 1890, la magnitud de la migración dentro de Europa fue similar a la cifra de emigrantes europeos. Las personas se desplazaban en busca de seguridad, estabilidad y oportunidades. La revolución industrial creó nuevas industrias en nuevos emplazamientos, lo que atrajo a solicitantes de empleo de toda Europa a pueblos y ciudades en rápida expansión. Otros se trasladaron a zonas rurales para trabajar en minas y granjas y suministrar materias primas industriales y alimentos a los centros de actividad en pleno crecimiento. A medida que crecieron las economías urbanas, también se hizo mayor la necesidad de excavar canales, trazar carreteras y redes ferroviarias y construir nuevos barcos de vapor y puertos.
Nacionalismo y proteccionismo
En las décadas anteriores a la Primera Guerra Mundial, la opinión de que las fronteras abiertas fomentaban la prosperidad y eran un medio para escapar de las penurias empezó a verse eclipsada por el auge del nacionalismo y el proteccionismo económico. Se establecieron nuevas normas de circulación para controlar las entradas y salidas.
La guerra aumentó la antipatía hacia los extranjeros, lo que puso un fin abrupto a la era de las grandes migraciones. Atrás quedaron los días en que los individuos, y no los Estados, podían decidir el lugar para vivir y trabajar. Después de la guerra, los gobiernos empezaron a ocuparse de restringir las entradas.
El cambio de actitud reflejó cambios en los orígenes y destinos de los migrantes y en sus motivos para desplazarse. A medida que la industria creció y las tasas de natalidad disminuyeron gradualmente, las economías del noroeste de Europa se convirtieron en destinos migratorios en lugar de fuentes de mano de obra. Antes, los migrantes viajaban de los países más ricos de Europa a regiones menos prósperas del mundo y a colonias más lejanas, pero cada vez más ocurría lo contrario.
Los documentos de identidad y los pasaportes permitieron a los Estados-nación elegir quién entraba y quién salía. Al reglamentar la libre circulación de personas, los gobiernos pudieron reglamentar el acceso de los inmigrantes al empleo y a la asistencia pública.
La profunda convulsión de la Segunda Guerra Mundial dejó a millones de refugiados varados en costas extranjeras. Además de los 40 millones de civiles fallecidos, al menos 11 millones de refugiados se encontraron fuera de su país de origen.
La Segunda Guerra Mundial aceleró la desintegración de los imperios coloniales subsistentes. Tras la división de los territorios se produjeron importantes movimientos de población. En 1947, la partición de India y Pakistán provocó la migración más numerosa y rápida de la historia: unos 18 millones de personas se vieron obligadas a desplazarse entre los nuevos territorios. Ese mismo año, la recientemente creada ONU dividió Palestina en dos Estados distintos: uno judío y otro árabe. En mayo de 1948, cuando Israel declaró su independencia, la población judía había aumentado a cerca de 1,2 millones de personas, después de que cientos de miles de judíos emigraran desde Europa y otros lugares. La mayoría de los residentes palestinos árabes en lo que se convirtió en Israel fueron expulsados o huyeron, lo que creó una persistente crisis de refugiados cada vez mayor.
Las políticas de la Guerra Fría y la convulsión que causó la descolonización provocaron desplazamientos involuntarios de personas a gran escala. La Unión Soviética estaba compuesta por 15 estados y abarcaba una extensión geográfica de la masa continental euroasiática equivalente a unas dos veces y media el tamaño de Estados Unidos. En 1991, cuando la URSS se desintegró, las 15 antiguas Repúblicas Socialistas Soviéticas reafirmaron su independencia, entre ellas Ucrania, los Estados bálticos y las repúblicas de Asia Central. Muchas personas de etnia rusa regresaron a Rusia cuando los nuevos países independientes recuperaron sus lenguas y costumbres. Otros tantos millones se desplazaron entre las antiguas repúblicas de Asia Central, obligados o por decisión propia.
La migración en la actualidad
El número de migrantes en todo el mundo no ha dejado de aumentar en las últimas décadas y prácticamente se ha duplicado de 153 millones en 1990 a 281 millones en 2020, último año del cómputo mundial publicado por la ONU. Sin embargo, en proporción a la población total, hoy en día los migrantes no son mucho más numerosos que en el pasado. La población mundial ha aumentado en casi 3.000 millones de personas en los últimos 30 años, lo que significa que la proporción de personas que migran se ha mantenido relativamente constante. En 2020, alrededor del 3,6% de los ciudadanos registrados habían nacido en otro país; 30 años antes, era el 2,9%.
Aunque este porcentaje podría fluctuar en el futuro, es posible que el número de habitantes del planeta esté alcanzando su punto máximo. El ritmo de crecimiento de la población mundial se está ralentizando tras un período de rápido aumento: de 2.500 millones de personas en 1950 a 5.300 millones en 1990 hasta llegar a los 8.000 millones de hoy en día. Se espera que la población mundial se acerque a los 9.500 millones a mediados de este siglo y que a finales descienda por debajo de los niveles actuales.
Tras la Segunda Guerra Mundial han surgido más de 50 nuevos países, desde las nuevas Repúblicas postsoviéticas independientes hasta los Estados nacidos de la fragmentación de otros países de Europa, África y Asia. Las personas que antes se desplazaban dentro de estos países ahora se consideran migrantes internacionales.
La migración es a menudo un enorme sacrificio que se hace en nombre de otros. En muchas comunidades pobres se anima a los hijos o hijas mayores a emigrar para mantener a sus familias. Los refugiados y otras personas en situación de desplazamiento forzoso tienden a quedarse lo más cerca posible de su lugar de origen para poder regresar cuando resulte seguro. Entre una quinta parte y la mitad de los migrantes regresan a casa o se trasladan a un tercer país en un plazo de cinco años. Esto puede deberse a que han ahorrado dinero, han obtenido una cualificación o han decidido regresar para establecerse, formar una familia o jubilarse.
Los migrantes están dispuestos a asumir riesgos y hacer sacrificios. Estas cualidades impidieron la extinción de nuestra especie durante su evolución temprana, cuando se vio amenazada por sequías y hambrunas, y son la base de los progresos extraordinarios que han realizado los seres humanos desde entonces.
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