Chris Wellisz traza una semblanza de la catedrática de Princeton, Leah Platt Boustan, quien utiliza datos genealógicos para poner a prueba creencias ampliamente extendidas

 

Los relatos que se contaban en su familia forjaron las creencias de Leah Platt Boustan sobre inmigración, mucho antes de convertirse en historiadora económica. Todavía estaba en el instituto cuando voló de Boston a Chicago con su padre para entrevistar a su tío abuelo Joe sobre sus raíces familiares. En un primer momento, las entrevistas a sobrevivientes del Holocausto realizadas por el director de cine Steven Spielberg a mediados de la década de 1990 eran las que habían despertado su interés por la genealogía.

Leah y su padre montaron una cámara de video sobre un trípode y se sentaron a escuchar al tío abuelo relatar cómo su padre, que había emigrado a Estados Unidos desde Rusia en 1891, empezó siendo vendedor ambulante y terminó abriendo su propia tienda. En cuanto al tío Joe, el menor de ocho hermanos, se convirtió en abogado, cumpliendo así el sueño americano de ascenso en el escalafón social.

Esa historia reafirmó a Boustan en su creencia inicial de que, en el pasado, las familias inmigrantes ascendían rápidamente en la escala socioeconómica, mientras que, hoy en día, el ritmo al que progresan los inmigrantes es mucho más lento. Y, sin embargo, cuando ella y Ran Abramitzky, que luego se convertiría en su colaborador, empezaron a analizar décadas de datos del censo estadounidense para trazar la suerte de las familias inmigrantes a lo largo de varias generaciones, se dieron cuenta de que a los hijos de los recién llegados desde Guatemala o Nigeria les iba igual de bien que a los que llegaron de Italia, Noruega o Rusia en el siglo XIX.

“Para mí, la mayor sorpresa fue la que nos llevamos al comparar el caso de los hijos de inmigrantes actuales con los hijos de inmigrantes de hace 100 años”, señala Boustan, catedrática de Economía en la Universidad de Princeton. “Yo venía con la creencia, que resultó no ser cierta en vista de los datos, de que los hijos de los inmigrantes actuales lo tenían más difícil”.

Desafiar los supuestos preestablecidos

La anterior es una de las creencias más extendidas que subyacen con frecuencia el airado debate público sobre las políticas de inmigración en Estados Unidos. En una decena de estudios que cubren más de una década, Boustan y su colega Abramitzky —que imparte clases de Economía en la Universidad de Stanford—, han cuestionado varios supuestos sobre la inmigración en Estados Unidos: por ejemplo, que los inmigrantes actuales les quitan el trabajo a los nativos, o que no se integran tan rápidamente como en el pasado.

Esos estudios son de corte académico y están dirigidos a otros economistas. Ahora bien, cuando el debate sobre inmigración llegó a su punto álgido durante la campaña electoral presidencial de 2016 en Estados Unidos y luego de esta, Abramitzky y Boustan vieron que había llegado el momento de dirigirse a un público más amplio.

“Llegados a ese punto, Ran y yo empezamos a hablar y nos dijimos que quizá nuestro trabajo podía aportar algo al debate moderno en torno a esta cuestión”, explica Boustan. Así surgió la idea del libro que publicaron en 2022, Streets of Gold: America’s Untold Story of Immigrant Success, sobre las historias jamás contadas del éxito de los inmigrantes en Estados Unidos, atraídos por las “calles de oro” que esperaban encontrar allí. El libro, de prosa vivaz que evita la jerga especializada, se ha venido citando con frecuencia, dentro y fuera del mundo académico.

El interés de Boustan por la historia económica se remonta a sus tiempos de estudiante universitaria en Princeton, donde su director de tesis de los dos últimos cursos de licenciatura fue Henry Farber, un destacado economista especializado en temas laborales. A través de Farber, descubrió las encuestas longitudinales nacionales de jóvenes de Estados Unidos, o National Longitudinal Surveys of Youth, que seguían a un grupo de jóvenes a lo largo de su trayectoria laboral. También por aquel entonces, en las clases de Historia Urbana, Boustan aprendió sobre las migraciones masivas de afroamericanos desde el sur rural hacia las ciudades del norte durante el siglo XX.

Fuera del aula, refinó su talento de escritora y editora en la publicación alternativa de los estudiantes de grado de Princeton Nassau Weekly, donde acabó compartiendo el puesto de jefa de redacción. Su interés por las cuestiones sociales surgió tras graduarse y trabajar durante un año en American Prospect, una revista especializada en políticas públicas entre cuyos fundadores se encontraban Robert Reich, secretario de Trabajo durante la presidencia de Bill Clinton, y Paul Starr, catedrático de Sociología en Princeton.

Boustan decidió dejar de lado el periodismo y optó por una beca de investigación de la Fundación Nacional de Ciencias para doctorarse en Economía. Aconsejada por Farber, decidió estudiar en la Universidad de Harvard con Claudia Goldin, quien más tarde sería galardonada con el Premio Nobel de Economía por su trabajo sobre el papel de las mujeres en los mercados laborales.

Migración negra, huida blanca

La tesis doctoral de Boustan, “Black Migration, White Flight: The Effect of Black Migration on Northern Cities and Labor Markets”, es el punto de partida de gran parte de su trabajo posterior. En ella examina la relación entre la migración de los afroamericanos y el subsiguiente traslado de la población blanca hacia los barrios de la periferia que tuvo lugar en las ciudades del norte de Estados Unidos en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial.

Goldin recuerda a Boustan como una estudiante con los objetivos claros que también sabía apreciar las maravillas de la exploración intelectual. ¿Cuál ha sido la principal contribución de Boustan en este campo? “La idea presente a lo largo de todo su trabajo de que la migración es una pieza clave del crecimiento económico”, concluye Goldin. Los caprichos de las políticas o la tecnología pueden dejar a la gente varada en lugares donde tal vez no alcancen su máxima productividad, como sería por ejemplo el caso de los antiguos esclavos en el sur rural o de las clases más pobres de Europa. “El mayor cambio de todos es sencillamente trasladarse de un lugar a otro”, concluye Goldin.

En el primer estudio que publicó, Boustan cambió el enfoque de la migración a la inmigración. El estudio explora las interrelaciones entre la persecución religiosa y las oportunidades de una vida mejor en Estados Unidos que alentaron la inmigración de aproximadamente 1,5 millones de judíos rusos en las décadas anteriores a la Primera Guerra Mundial. El estudio se publicó en 2007, más o menos la misma época en que conoce a Abramitzky.

Abramitzky, ciudadano israelí, se había mudado a Estados Unidos para doctorarse en Economía en la Universidad Northwestern. Una de las áreas en que se centraba su trabajo era el kibutz, una comunidad donde la propiedad es compartida. Abramitzky utilizó datos detallados del censo para estudiar por qué había gente que decidía abandonar el kibutz y sacrificar su participación en la propiedad comunitaria para probar suerte en la economía de mercado, mientras que otros optaban por quedarse.

Tanto Boustan como Abramitzky eran profesores adjuntos, ella en la Universidad de California, en el campus de Los Ángeles, y él en Stanford. En 2006, la Asociación de Historia Económica le había otorgado a ella el premio a la mejor tesis doctoral sobre historia de Estados Unidos; él había recibido el premio a la mejor tesis doctoral sobre historia del resto del mundo. Se conocieron dando un paseo a la orilla de un estanque de peces koi en el jardín botánico de Huntington en San Marino, California, durante una conferencia de historiadores económicos afincados en California, y la conversación los atrapó a los dos desde el primer momento.

Acabaron conversando sobre el potencial de los grandes conjuntos de datos en tanto que herramienta de análisis a una escala mayor que la del kibutz. “Yo le dije: ¿Sabes lo que sería realmente genial?”, rememora Boustan. “¿Y si pudiéramos hacer este tipo de estudio verdaderamente detallado, pero aplicándolo a la era de las migraciones masivas desde Europa hacia Estados Unidos?”. Esa idea fue el germen del primer artículo que escribieron juntos, “Europe’s Tired, Poor, Huddled Masses: Self-Selection and Economic Outcomes in the Age of Mass Migration”, que habla sobre las masas exhaustas, pobres y hacinadas de Europa, la autoselección y los resultados económicos en la era de las migraciones masivas, y se publicó en 2012.

En paralelo, ella siguió con su trabajo sobre la migración afroamericana. Su primer libro, publicado en 2017, lleva por título Competition in the Promised Land: Black Migrants in Northern Cities and Labor Markets y gira en torno a la competencia en la “tierra prometida”, centrándose en los migrantes negros llegados a las ciudades del norte del país y su impacto en los mercados laborales. En él se explica que, mientras los afroamericanos que se mudaban al norte se beneficiaban de unos salarios más altos, sus iguales nacidos allí se enfrentaban a una mayor competencia en el ya de por sí limitado mercado laboral abierto a los trabajadores negros por aquel entonces.

Los caprichos de las políticas o la tecnología pueden dejar a la gente varada en lugares donde tal vez no alcancen su máxima productividad, como sería por ejemplo el caso de los antiguos esclavos en el sur rural o de las clases más pobres de Europa”.
Alianza intelectual

Al mismo tiempo, su colaboración con Abramitzky siguió dando frutos. “Es difícil hablar de mi trayectoria profesional sin mencionar la labor conjunta con Ran”, comenta. “Toda nuestra labor académica la hemos realizado juntos”.

“Nos tenemos profundo respeto y confianza”, apunta Abramitzky. “Hay colaboraciones en las que únicamente se reparten las tareas: esta persona diseña el modelo y esta otra trabaja con los datos. En nuestro caso no funciona así. Vemos el mundo de manera muy parecida”.

Una fuente de datos de incalculable valor para sus investigaciones sobre la inmigración a Estados Unidos ha sido Ancestry.com, una página web de genealogía muy conocida. Desarrollaron algoritmos que relacionaban datos del censo para varias generaciones y gracias a eso pudieron estudiar la suerte que habían corrido los hijos y nietos de inmigrantes.

Abramitzky recuerda haber recibido una llamada de un abogado que trabajaba con Ancestry.com, que le dijo en tono de broma: “Debes tener mucha familia por la zona de Palo Alto”. Abramitzky le explicó que él y Boustan estaban usando el sitio web para una investigación académica, y “a partir de entonces, se convirtieron en verdaderos socios”.

Asimismo, lograron que los datos cobren vida gracias a los relatos de experiencias de inmigración obtenidos a través de las miles de entrevistas que ha recogido el Proyecto de Historia Oral de la Isla de Ellis (Ellis Island Oral History Project), y han realizado sus propias encuestas también. “Cada inmigrante ya es una historia en sí misma, pero también podemos sumarla a las historias de otras tantas y tantas familias de inmigrantes”, explica Abramitzky.

Boustan ha llegado a entrevistar incluso a su padre, de manera muy parecida a como lo había hecho con su tío abuelo Joe cuando todavía estaba en el instituto y vivía en un barrio residencial de Boston. “Casi sentí que me habían cedido el testigo”, comenta. “Tengo la sensación de que parte del legado familiar es precisamente tratar de conservar estas historias del pasado”.

Movilidad ascendente

Esa entrevista confirmó su descubrimiento de que, por lo general, a la primera generación de inmigrantes no le va mejor económicamente que a sus iguales nativos, por lo que el mito del salto de mendigo a millonario es solo eso: un mito. En cambio, la movilidad ascendente es más bien gradual, tanto en la actualidad como en el pasado. Es la segunda generación de inmigrantes la que cierra la brecha de ingresos respecto de los nacidos en Estados Unidos.

Otro mito que Abramitzky y Boustan desmienten es que los inmigrantes de nuestros días no se integran tan rápidamente como los de antes. Muy al contrario, lo que constatan es que los inmigrantes de hoy se esfuerzan tanto como los de antes por abrazar la cultura estadounidense. Aprenden inglés con la misma rapidez, tienen la misma probabilidad de abandonar los guetos de inmigrantes y hasta es más probable que se casen con personas de otras nacionalidades o grupos étnicos.

Tal vez su conclusión más contraria a la lógica sea que el éxito de los inmigrantes no se produce a costa de los estadounidenses nativos. Sin duda, algunos trabajadores que realizan las mismas tareas que los inmigrantes se enfrentarán a una mayor competencia (a menudo ellos mismos son inmigrantes llegados recientemente). Ahora bien, en la mayoría de los casos, los inmigrantes no compiten por los mismos trabajos que los nativos, sino que se concentran en puestos para los que no se requiere el dominio del idioma inglés, como la jardinería o la construcción, mientras que los trabajadores nativos se quedan con los trabajos que requieren comunicarse con los clientes.

“Los trabajadores poco cualificados no pueden sustituir a los altamente cualificados —concluye Boustan— sino que, en todo caso, pueden complementarlos. Pensemos en un restaurante. Los trabajadores poco cualificados serían los lavaplatos y los altamente cualificados, los camareros”.

Con el tiempo, los inmigrantes pueden empezar a montar su propio negocio —un restaurante, por ejemplo, o un consultorio médico—, creando así puestos de trabajo para otros. Además, los inmigrantes a menudo ofrecen servicios de cocina, limpieza y cuidado de los niños que permiten a los nativos estadounidenses tener más tiempo libre y, por consiguiente, los ayudan a ser más productivos en su propio trabajo.

La visión a largo plazo

En lo que a política de inmigración respecta, Boustan y Abramitzky opinan que sus investigaciones proporcionan argumentos a favor de una visión a largo plazo: si los estadounidenses están dispuestos a aceptar que el éxito de los inmigrantes llegará con el tiempo, no hace falta preseleccionarlos en función de sus cualificaciones o nivel educativo como se hace en Australia, Canadá y otros países.

Reihan Salam, presidente del Instituto Manhattan —de ideología de derecha— pone esa opinión en tela de juicio. “Me parece que han escrito un libro fantástico”, reconoce Salam, autor del libro de 2018 Melting Pot or Civil War? A Son of Immigrants Makes the Case Against Open Borders, en el que plantea la disyuntiva de si Estados Unidos es un crisol de civilizaciones o un país en guerra civil, y presenta, como hijo de inmigrantes, su argumento en contra de las fronteras abiertas. “Es más, creo que realmente estoy de acuerdo con casi todo lo que en él se dice. Lo que no encuentro particularmente convincente es la supuesta demanda masiva de mano de obra migrante poco cualificada”.

Salam está a favor de una política de inmigración más selectiva, aduciendo que contribuye a que la economía sea más productiva y, al mismo tiempo, evita algunas de las fricciones sociales a corto plazo, así como los costos fiscales asociados con los inmigrantes poco cualificados, que podrían necesitar subvenciones para acceder a la vivienda o a la atención sanitaria.

A lo largo de los años, Abramitzky y Boustan han seguido adelante con sus carreras y su vida familiar. Él es ahora adjunto principal del decano del Departamento de Ciencias Sociales de Stanford. Su esposa, Noya, es educadora y estuvo al frente del colegio hebreo local. Boustan, por su parte, dirige la Sección de Relaciones Industriales en Princeton. Está casada con Ra'anan Boustan, investigador del Programa de Estudios Judíos de Princeton. Ambas parejas tienen tres hijos. A medida que sus obligaciones administrativas y familiares han ido en aumento, han reclutado a estudiantes de grado para que les ayuden con sus investigaciones.

¿Cuál es su siguiente proyecto? La inmigración en Europa, que ha impulsado un viraje político a la derecha en ese continente. Es una empresa muy ambiciosa. “Trabajamos con 37 coautores —bromea Boustan—, así que tengo la sensación de haberme convertido en una especie de gerente de empresa”.

 

CHRIS WELLISZ se encarga de la comunicación de la Unidad de Comercio e Integración Regional en el Banco Mundial.

Las opiniones expresadas en los artículos y otros materiales pertenecen a los autores; no reflejan necesariamente la política del FMI.