“El trabajo del banco central es preocuparse”.
Así es como Alice Rivlin, Vicepresidenta de la Junta de la Reserva Federal en la década de 1990, describió el trabajo de las autoridades monetarias. En aquella época, los bancos centrales tenían una preocupación principal: mantener la inflación a raya.
En la actualidad, la inflación es una de las varias preocupaciones a las que se enfrentan los bancos centrales. Los rápidos cambios en el trasfondo económico dejan menos margen de maniobra para la política, mientras que las fuerzas estructurales —desde la fragmentación geopolítica al cambio climático, el envejecimiento de la población y la aparición del dinero electrónico— han complicado enormemente los retos subyacentes en materia de políticas. Los mandatos de los bancos centrales, e incluso su independencia, soportan cada vez más presiones políticas. Estas nuevas fuerzas, entre otras, plantean cuestiones en torno a la forma en que la política monetaria quizá deba cambiar en el futuro.
En este número, diversos colaboradores distinguidos plantean ideas sobre cómo pueden los bancos centrales enfrentarse a un mundo cada vez más complejo.
Gita Gopinath, del FMI, explica que los economistas necesitan herramientas mejores, después de que los modelos existentes no vieran venir la reciente escalada de la inflación. Markus Brunnermeier argumenta que, en un mundo pospandémico con inflación más alta, menor crecimiento y más deuda, los bancos centrales están aplicando todavía políticas concebidas para épocas de inflación moderada, bajas tasas de interés y crecimiento sólido.
Así pues, ¿cómo deben cambiar los marcos y los mandatos de los bancos centrales? Menos es más, afirma Raghuram Rajan, quien explica la razón por la que los bancos centrales deben volver a centrarse en su función principal, la estabilidad de precios, y respetar, al mismo tiempo, la estabilidad financiera. Para Giancarlo Corsetti, las circunstancias excepcionales, como la pandemia, pueden exigir que las autoridades fiscales y monetarias colaboren, aunque solo de forma temporal y nunca a costa de su independencia.
David G. Blanchflower y Andrew T. Levin sugieren maneras en que los bancos centrales pueden evitar la tentación de caer en una endogamia intelectual, que puede amenazar su credibilidad. Greg Kaplan y sus coautores muestran que los nuevos modelos económicos pueden ayudarnos a entender la influencia de la política monetaria sobre la distribución del ingreso y de la riqueza. Y Michael Weber describe cómo mejorar las comunicaciones de la política monetaria puede influir en las expectativas.
Como disciplina, la Economía está evolucionando en un ámbito de gran incertidumbre, que exige reflexionar sobre los modelos, las costumbres y las hipótesis. Espero que este número contribuya a suscitar nuevos debates.
Las opiniones expresadas en los artículos y otros materiales pertenecen a los autores; no reflejan necesariamente la política del FMI.