Por Gita Gopinath
Se prevé que el Gran Confinamiento se desarrollará en tres fases, primero cuando los países entran en etapa de confinamiento, luego cuando salen de ella, y finalmente cuando escapan al confinamiento al existir una solución médica a la pandemia. Muchos países se encuentran ahora en la segunda fase, a medida que reabren con los primeros indicios de recuperación, pero corren el peligro de segundas olas de contagios y la reimposición de los confinamientos. Observando el panorama económico, la enorme escala y gravedad del Gran Confinamiento son notables. Lo más trágico es que la pandemia ya ha cobrado cientos de miles de vidas en el mundo entero. El mundo jamás ha conocido una crisis económica mundial tal como la resultante.
Es una crisis verdaderamente mundial. En el pasado, por más profundas y graves que hayan sido, las crisis se limitaron a segmentos más pequeños del mundo, desde América Latina en la década de 1980 hasta Asia en la de 1990. Incluso la crisis financiera mundial de hace 10 años tuvo efectos más leves en el producto mundial.
Por primera vez desde la Gran Depresión, tanto las economías avanzadas como las de mercados emergentes estarán en recesión en 2020. La actualización de junio del informe Perspectivas de la economía mundial (informe WEO, por sus siglas en inglés) probablemente muestre tasas negativas incluso peores que las ya estimadas. Esta crisis tendrá consecuencias devastadoras para los pobres del mundo.
Además de una escala sin precedentes, el Gran Confinamiento está tomando un rumbo muy distinto del de otras crisis. Están surgiendo características inusuales en todo el mundo, al margen del tamaño, región geográfica o estructura de producción de las economías.
Primero, la crisis ha asestado un golpe particularmente fuerte al sector de los servicios. En una crisis típica, el más afectado es el sector manufacturero, como consecuencia de la caída de la inversión, en tanto que el efecto en los servicios es generalmente atenuado porque la demanda de bienes de consumo se ve menos afectada. Esta vez es distinto. En los meses más álgidos del confinamiento, la contracción de los servicios fue más marcada que la de la manufactura, y se observó por igual en las economías avanzadas y en las de mercados emergentes. Hubo excepciones, como Suecia y la provincia china de Taiwan, que adoptaron un enfoque diferente ante la crisis sanitaria, con medidas gubernamentales de contención limitadas y, en consecuencia, un golpe proporcionalmente menor en el sector de los servicios en contraposición a la manufactura.
Es posible que el repunte sea más rápido dado el volumen de demanda reprimida, a diferencia de otras crisis. Sin embargo, eso no está garantizado en una crisis sanitaria, ya que los consumidores pueden cambiar el comportamiento en materia de gastos o minimizar la interacción social, y la incertidumbre puede llevar a los hogares a ahorrar más. En el caso de China, uno de los primeros países en desconfinarse, la recuperación del sector de los servicios está rezagada respecto de la manufactura, ya que servicios como la hospitalidad y los viajes tienen dificultades para recuperar la demanda. Particularmente preocupante es el impacto a largo plazo en las economías que dependen significativamente de esos servicios; por ejemplo, las dependientes del turismo.
Segundo, pese a los fuertes shocks de la oferta que son propios de esta crisis, a excepción de la inflación de los precios los alimentos, lo que hemos visto hasta ahora de hecho ha sido una caída de la inflación y de las expectativas inflacionarias más bien generalizada tanto en las economías avanzadas como en las de mercados emergentes. Pese al considerable respaldo monetario y fiscal convencional y no convencional en el mundo entero, la demanda agregada se mantiene atenuada y está lastrando la inflación, junto con el retroceso de los precios de las materias primas. Como se proyecta que el desempleo se mantenga durante un tiempo, los países con credibilidad en materia de política monetaria probablemente se expongan a un riesgo menor de que la inflación se desboque.
Tercero, observamos una notable divergencia entre los mercados financieros y la economía real; los indicadores financieros apuntan a perspectivas de recuperación más alentadoras que las que sugiere la actividad real. A pesar de la corrección reciente, el S&P 500 ha recuperado el grueso de las pérdidas sufridas desde el comienzo de la crisis; el índice FTSE de mercados emergentes y el índice de África han mejorado sustancialmente; el Bovespa aumentó significativamente pese a la reciente escalada inflacionaria en Brasil; los flujos de cartera hacia las economías emergentes y en desarrollo se han estabilizado.
Con contadas excepciones, el aumento de los diferenciales soberanos y la depreciación de las monedas de los mercados emergentes son más pequeños que los observados durante la crisis financiera mundial. Eso es notable, teniendo en cuenta que la escala del shock que sufrieron los mercados emergentes durante el Gran Confinamiento fue mayor.
Esa divergencia podría presagiar mayor volatilidad en los mercados financieros. El deterioro de las novedades sanitarias y económicas puede llevar a fuertes contracciones. Tendremos más que comentar sobre esa divergencia en la próxima edición del Informe sobre la estabilidad financiera mundial (informe GFSR, por sus siglas en inglés).
Un factor probable detrás de esa divergencia es la política de respuesta más contundente lanzada durante la crisis. La política monetaria es más acomodaticia en general, con un respaldo sin precedentes por parte de los grandes bancos centrales, y distensión monetaria en los mercados emergentes, incluso mediante el uso de políticas no convencionales por primera vez.
La política fiscal discrecional ha sido considerable en las economías avanzadas. Los mercados emergentes han desplegado un respaldo fiscal menor, restringidos en cierta medida por un espacio fiscal limitado. Además, un reto único para los mercados emergentes esta vez es que el sector informal, que suele ser un amortiguador, no ha podido desempeñar ese papel durante el confinamiento y ha necesitado apoyo. Estamos ahora en las primeras etapas de la segunda fase a medida que muchos países comienzan a relajar las políticas de contención y permiten la reanudación paulatina de la actividad económica. Pero existe profunda incertidumbre en torno al rumbo de la recuperación.
Un reto clave para escapar al Gran Confinamiento será lograr una producción y distribución adecuadas de vacunas y tratamientos cuando estén disponibles, y eso requerirá un esfuerzo mundial. A fin de afianzar la confianza en la recuperación, a nivel de cada país deberá seguir siendo prioritario reducir a un mínimo la incertidumbre sanitaria a través de enfoques que afecten lo menos posible a la economía, como ser análisis, rastreos y aislamiento, adaptados a las circunstancias propias del país, y comunicar claramente la trayectoria de las políticas. A medida que avanza la recuperación, las políticas deberían respaldar la reasignación de los trabajadores de los sectores en contracción a los sectores con perspectivas más alentadoras.
El FMI, en colaboración con otros organismos internacionales, continuará haciendo todo lo posible para garantizar una liquidez internacional adecuada, proporcionar financiamiento de emergencia, respaldar la iniciativa de suspensión del servicio de la deuda del G-20 y ayudar a los países a mantener una carga de deuda manejable. El FMI también brindará asesoramiento y apoyo a través de la supervisión y el fortalecimiento de las capacidades, para ayudar a divulgar prácticas óptimas, a medida que los países aprendan de las experiencias mutuas durante esta crisis sin precedentes.