Andreas Adriano traza un perfil de Agustín Carstens, secretario de Hacienda, director del BPI y banquero central con mentalidad emprendedora
Cuando era niño, la mamá de Agustín Carstens le daba cada mañana el monto exacto del boleto de autobús para ir y volver del colegio. Una tarde, tuvo que caminar varios kilómetros por la Ciudad de México para llegar a casa porque el precio del pasaje había aumentado durante el día. “Pregunté qué había pasado, y mi mamá me dijo: ‘Es la inflación’”, contó en una entrevista. “Aquello me desconcertó y pensé que sería interesante entenderla mejor”.
Así germinó la semilla de quien llegaría a ser el economista más destacado de México y uno de los responsables de formular políticas más exitosos de este siglo. A lo largo de una trayectoria de cuatro décadas, Carstens ha combinado rigor intelectual y académico con pragmatismo y habilidad política, ocupando una notable serie de puestos de liderazgo en el Fondo Monetario Internacional, el Banco de México, la Secretaría de Hacienda de México y el Banco de Pagos Internacionales.
“Agustín posee una combinación única de enorme curiosidad, gran capacidad intelectual y mentalidad emprendedora”, afirmó Siddharth Tiwari, exdirector del FMI y amigo de Carstens desde sus años de doctorado en la Universidad de Chicago, en los años ochenta. Lo más notable es que Carstens nunca ha trabajado en la iniciativa privada y ha forjado toda su carrera dentro de estructuras burocráticas rígidas.
En el FMI, Carstens cuestionó la doctrina tradicional, abogando por préstamos preventivos destinados a evitar las crisis, en lugar de limitarse a resolverlas. Como secretario de Hacienda, lideró las políticas de México durante la crisis financiera mundial. Como gobernador del banco central, fortaleció el multilateralismo. Cuando fue director general del Banco de Pagos Internacionales (BPI), puso en marcha el Centro de Innovación, promoviendo una cultura emprendedora dentro de esta institución casi centenaria y extremadamente sobria. Al mismo tiempo, fomentó que el BPI examinara con mayor profundidad las tendencias recientes de la política monetaria.
A finales de junio, Carstens concluirá su mandato al frente del “banco de los bancos centrales”, con sede en Basilea (Suiza), y cederá el relevo al español Pablo Hernández de Cos. Tendrá 67 años y prefiere no revelar sus intenciones para el futuro.
Del béisbol a la economía
Agustín Guillermo Carstens Carstens nació en Ciudad de México, en una familia de clase media-alta y ascendencia alemana. Durante su juventud, su incipiente interés por la economía competía con su afición al béisbol, y destacó como un prometedor lanzador en las ligas juveniles.
Finalmente, la economía se impuso. Carstens fue admitido en el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM), institución reconocida por formar a la élite del servicio público mexicano. Tras graduarse y realizar una breve pasantía en el banco central de México, la institución le ofreció la posibilidad de cursar estudios de posgrado en la Universidad de Chicago. Su intención era investigar el mercado cambiario del peso mexicano.
Corría el año 1982, cuando México devaluó el peso en tres ocasiones y nacionalizó el sistema financiero. Antes de partir, Carstens vivió de primera mano la turbulencia financiera. México se estaba quedando sin reservas y estaba a punto de imponer controles de capital, lo que significaba que ni siquiera el banco central podía garantizarle pagos regulares. Su jefe le entregó USD 10.000 en efectivo como anticipo de la beca. “Pasaron seis meses hasta que los pagos se normalizaron”, relata Carstens.
Su etapa en Chicago fue intensa. Completó su maestría y su doctorado en apenas tres años. Su director de tesis fue Michael Mussa, quien más tarde llegaría a ser economista jefe del FMI. Allí también conoció a la que se convertiría en su esposa, Catherine Mansell, una estudiante de maestría oriunda de Texas, quien posteriormente publicó un libro superventas sobre el sistema financiero mexicano y luego se dedicó a la ficción bajo el seudónimo de C. M. Mayo.
Tras obtener su doctorado, Carstens regresó al banco central como cambista. Con el país aún en crisis, su labor consistía en hacer un seguimiento de los tipos de cambio, los volúmenes de transacción y los niveles de reservas, datos que iba actualizando en una pizarra cada media hora. “Para mantener informado al gobernador, instalamos una cámara frente a esa pizarra y colocamos un monitor de televisión en su despacho, de modo que pudiera ver en tiempo real —más o menos— lo que estábamos haciendo”, explicó Carstens en un discurso pronunciado en 2020.
Carstens fue rápidamente ascendido a tesorero y, posteriormente, a jefe del área de investigación, cargo que ocupaba cuando estalló una nueva debacle cambiaria en el país: la crisis del Tequila de 1994, que requirió un paquete de rescate de USD 50.000 millones organizado por Estados Unidos.
Esa crisis también dejó tareas pendientes, de las que Carstens se ocuparía siete años después. Francisco Gil Díaz, compañero del ITAM y recién nombrado secretario de Hacienda por el presidente Vicente Fox, lo invitó en 2001 a ser su vicesecretario. En ese cargo, Carstens promovió regulaciones clave para fortalecer los bancos, que habían sido duramente golpeados por la crisis de 1994.
Acabar con un estigma
Mientras tanto, en 1999, Carstens inició su primer período de servicio en el FMI, como miembro del Directorio Ejecutivo en representación de México, España y América Central. Posteriormente, tras tres años como subsecretario de Hacienda de México, regresó al FMI, ocupando uno de los tres puestos de Subdirector Gerente. Entre otras cosas, dio un impulso significativo a las actividades de fortalecimiento de las capacidades del FMI. “Tenía una gran capacidad para relacionarse con los responsables de formular políticas, ya que él mismo había afrontado muchas de las mismas situaciones”, señaló su exasesor Alfred Kammer, actual director del Departamento de Europa del FMI.
A cargo de la supervisión de más de 70 países, Carstens desafió al FMI a salir de su zona de confort, centrada en otorgar préstamos únicamente a cambio de que los países prestatarios aceptaran condiciones fiscales y económicas. Propugnó la concesión de préstamos precautorios sin condiciones, con el fin de ayudar a países con fundamentos sólidos a evitar crisis de balanza de pagos provocadas por factores externos.
Sin embargo, según el propio Carstens, “fue un salto que a la institución le llevó mucho tiempo aceptar”. Incluso los propios países eran escépticos, pues recurrir al FMI se percibía como una señal de debilidad económica.
Habría de pasar otro lustro y estallar una crisis mundial para que la idea madurara. En su siguiente cargo, sería el propio Carstens quien iba a romper con el estigma asociado al endeudamiento. A fines de 2006, cuando Felipe Calderón asumió la presidencia de México, Carstens se impuso como la opción evidente para ocupar el cargo de secretario de Hacienda, un puesto desde el que impulsó varias reformas fiscales y logró la aprobación de cuatro presupuestos federales consecutivos en un gobierno en minoría.
“Resultó ser un político excelente”, afirmó Alejandro Werner, entonces subsecretario de Hacienda y antiguo alumno de Carstens. “Logró mantener una política fiscal bastante conservadora preservando en buena medida la cohesión política”.
Carstens promovió nuevas leyes en materia de pensiones, banca y energía. Su mayor desafío fue proteger a México de los efectos de la crisis financiera mundial de 2008. Su orientación fiscal conservadora permitió que el país mantuviera una buena salud financiera cuando estalló la crisis.
Su trabajo inicial sobre los préstamos precautorios dio fruto en marzo de 2009, cuando el FMI puso en marcha la Línea de Crédito Flexible (LCF). Los países preseleccionados por sus sólidos fundamentos, entre ellos México, podían acceder a recursos de inmediato, sin condiciones.
México fue el primero en recurrir a la LCF, con una línea de crédito por valor de USD 47.000 millones. “El FMI solía ser el médico de urgencias que rara vez daba buenas noticias”, escribió Carstens en aquel momento en un periódico mexicano. “Tras la insistencia de México y de varios países… el FMI asumirá un papel más activo en la prevención de crisis de balanza de pagos”.
El aspirante no europeo
En 2010, Carstens fue nombrado gobernador del Banco de México, cargo desde el cual consolidó su prestigio internacional, promoviendo el multilateralismo y trabajando por el fortalecimiento de la red mundial de seguridad financiera.
En 2011, tras la salida del francés Dominique Strauss-Kahn, Carstens presentó su candidatura a Director Gerente del FMI, compitiendo con la también francesa Christine Lagarde y cuestionando así el tradicional control europeo sobre el máximo cargo del FMI. Fue el proceso de selección más competitivo en la historia del FMI y, por primera vez, el Directorio preseleccionó a solo dos candidatos, Carstens y Lagarde. “El desarrollo institucional del Fondo no se ha adaptado a la evolución del contexto mundial”, declaró Carstens en aquel momento. Aunque Lagarde resultó finalmente elegida con relativa facilidad, Carstens proyectó su perfil a escala mundial.
Al año siguiente, México asumió la presidencia del Grupo de los Veinte, en medio de la crisis de la zona del euro. Carstens desempeñó un papel fundamental en la movilización de las grandes economías de mercados emergentes para reunir cerca de medio billón de dólares de EE.UU. en recursos adicionales que el FMI pudiera utilizar.
En 2015, Carstens fue nombrado presidente del Comité Monetario y Financiero Internacional (CMFI), un influyente órgano de orientación estratégica compuesto por ministros y gobernadores de los países con mayor participación en el FMI, un puesto con el que se convirtió en una suerte de presidente del consejo de administración, frente a la función ejecutiva de Lagarde.
“El trabajo del presidente consiste en fomentar el consenso y lograr una participación constructiva de los miembros del comité”, explicó Tiwari, cuyo equipo en el FMI elaboraba los documentos técnicos para las reuniones. El desempeño de Carstens al frente del CMFI fue determinante para generar el respaldo necesario que, en 2017, lo llevó a convertirse en el primer director general del BPI procedente de una economía emergente.
Un innovador pragmático
Inicialmente, Carstens se mostró escéptico respecto a la tecnología. En un discurso de 2018, describió al bitcoin como “una combinación de burbuja especulativa, pirámide financiera de Ponzi y desastre ambiental”. Sin embargo, su perspectiva cambió tras un viaje a Asia en 2019, donde quedó impresionado por los ecosistemas financieros innovadores de Singapur y la RAE de Hong Kong, centrados en los pagos minoristas, la tokenización y las finanzas abiertas. Fue una oportunidad para poner en práctica su mentalidad emprendedora.
“La tecnología avanza muy rápido y afecta a todos los bancos centrales al mismo tiempo”, afirmó Carstens. “Al trabajar de forma conjunta se dan economías de alcance y de escala. El BPI está aquí para facilitar la colaboración entre bancos centrales, y la tecnología se presta a este enfoque cooperativo”.
Carstens nombró al economista francés Benoît Cœuré como responsable del nuevo Centro de Innovación. Como miembro del comité ejecutivo del Banco Central Europeo, Cœuré supervisaba las operaciones de pago y presidía el Comité de Pagos e Infraestructuras del Mercado del BPI. Aunaba la respetabilidad y experiencia del ámbito de los bancos centrales con la atención a la tecnología y la innovación.
El Centro creció rápidamente, y al cabo de cinco años contaba ya con más de 100 empleados y 7 centros en todo el mundo, con equipos mixtos de macroeconomistas, ingenieros de software, expertos en cadenas de bloques y científicos de datos. Hasta la fecha, ha llevado a cabo cerca de 40 proyectos para probar nuevas tecnologías, desde la tokenización hasta la utilización de inteligencia artificial para mejorar el análisis económico.
Algunos proyectos están a punto de aplicarse en el mundo real. El Proyecto Nexus creó un prototipo de plataforma para interconectar los sistemas nacionales de pagos minoristas, que está siendo desarrollado para su uso comercial en 2027 por los gobiernos de Filipinas, India, Malasia, Singapur y Tailandia. Gracias a esa plataforma, 500 millones de personas de esos cinco países podrán enviarse dinero con la misma facilidad con que los estadounidenses usan Venmo o los brasileños Pix.
El Proyecto Agorá tiene como objetivo probar nuevas tecnologías dentro del sistema financiero, como la tokenización. Más de 40 instituciones financieras y bancos centrales de primer nivel —entre ellos el Banco de la Reserva Federal de Nueva York, el Banco de Inglaterra y el Banco de Japón— se han sumado a la iniciativa. “El Centro es un proyecto transformador en el universo de los bancos centrales y necesitará tiempo para generar beneficios y cambiar la cultura”, señaló Cœuré, quien dejó el cargo en 2022.
Al mismo tiempo, Carstens impulsó también un papel más activo del BPI en su ámbito central: la política monetaria. Un informe publicado en 2022 fue de los primeros en advertir sobre el cambio mundial de un entorno de baja inflación hacia otro de alta inflación. Asimismo, planteó la cuestión: “¿Estamos viendo indicios del fin de la era de la globalización posterior a la Segunda Guerra Mundial?”.
En un discurso pronunciado en febrero, Carstens analizó las lecciones de política económica que se desprenden de los singulares acontecimientos geoeconómicos del último lustro, como la pandemia, el resurgimiento de la inflación y la invasión rusa de Ucrania. Sostuvo que los bancos centrales al principio se centraron en exceso en el riesgo de una inflación demasiado baja y les aconsejó “reducir la dependencia de herramientas difíciles de ajustar. La expansión cuantitativa generó mucha liquidez y expansión, pero resultó muy difícil de revertir”, según declaró a Finanzas y Desarrollo. “La comunicación sobre la orientación futura de la política monetaria también debería utilizarse con mayor moderación. Para transmitir mejor la idea de incertidumbre, quizá los bancos centrales deban basarse más en escenarios de tensión”.
Aunque algunos economistas comparan los desafíos actuales con las perturbaciones de la oferta causadas por el aumento de los precios del petróleo en la década de 1970, Carstens considera que la transformación es más profunda. “Lo que estamos presenciando hoy es un cambio estructural en la economía mundial y en las relaciones entre países”.
Las opiniones expresadas en los artículos y otros materiales pertenecen a los autores; no reflejan necesariamente la política del FMI.