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Por qué —y cómo— se debe combatir la fragmentación geoeconómica

Las autoridades económicas y los líderes empresariales se dirigen a Davos en un momento en que la economía mundial quizás esté confrontando el mayor desafío desde la Segunda Guerra Mundial.

La invasión rusa de Ucrania se ha sumado a la pandemia de COVID-19 —una crisis tras otra— y está devastando vidas, frenando el crecimiento y elevando la inflación. La carestía de los alimentos y la energía impone un lastre pesado a los hogares en todo el mundo. El endurecimiento de las condiciones financieras está ejerciendo más presión sobre los países, las empresas y las familias fuertemente endeudadas. Países y empresas por igual están revaluando las cadenas mundiales de suministro en medio de los persistentes trastornos.

Si a esto se suman el marcado aumento de la volatilidad en los mercados financieros y la continua amenaza del cambio climático, lo que tenemos ante nosotros es una posible confluencia de calamidades.

Y nuestra capacidad de respuesta está obstruida por otra consecuencia de la guerra en Ucrania: un pronunciado aumento del riesgo de fragmentación geoeconómica.

¿Cómo llegamos a esta encrucijada? A lo largo de los últimos tres decenios, los flujos de capital, bienes, servicios y personas han transformado nuestro mundo, ayudados por la propagación de nuevas tecnologías e ideas. Estas fuerzas de integración han elevado la productividad y los niveles de vida, triplicando el tamaño de la economía mundial y sacando de la pobreza extrema a 1.300 millones de personas.

Pero el éxito de la integración también ha traído consigo autocomplacencia. Las desigualdades en cuanto a ingreso, riqueza y oportunidades han seguido empeorando dentro de muchos países desde hace mucho tiempo, y entre los países en años más recientes. Hay gente que ha ido quedando rezagada a medida que las industrias han ido evolucionando en medio de la competencia mundial. Y a los gobiernos les ha sido difícil ayudarlas.

Las tensiones relativas al comercio, las normas tecnológicas y la seguridad han venido agudizándose por muchos años, y eso ha ido socavando el crecimiento y también la confianza en el actual sistema económico mundial. La incertidumbre en torno a las políticas comerciales de por sí sola hizo que el producto interno bruto mundial de 2019 se redujera casi un 1%, según estudios del FMI. Y desde el inicio de la guerra en Ucrania, nuestras observaciones indican que alrededor de 30 países han impuesto restricciones al comercio de alimentos, energía y otras materias primas de importancia. 

Una mayor desintegración acarrearía costos enormes para todos los países. Y las personas en todos los niveles de ingreso se verían perjudicadas, desde profesionales bien remunerados y obreros de ingreso medio de fábricas exportadoras, hasta trabajadores poco remunerados que dependen de las importaciones de alimentos para sobrevivir. Más gente se lanzará a travesías peligrosas en búsqueda de oportunidades en otras tierras.

Consideremos las repercusiones que tendrían las cadenas de suministro reconfiguradas y los mayores obstáculos a la inversión. Estas podrían hacer que a los países en desarrollo les resulte más difícil vender a los países ricos del mundo, obtener conocimientos especializados y acumular riqueza. Las economías avanzadas también tendrían que pagar más por los mismos productos, lo cual avivaría la inflación. Y la productividad disminuiría debido a los lazos que se desharían con socios con los que en la actualidad innovan de manera conjunta. Según estimaciones en estudios del FMI, solo la fragmentación tecnológica puede provocar pérdidas del 5% del PIB en muchos países.

O pensemos en los nuevos costos de transacción para las personas y las empresas si los países desarrollaran sistemas de pagos inconexos y paralelos para mitigar el riesgo de posibles sanciones económicas.

Estamos ante una decisión: Capitular ante las fuerzas de fragmentación geoeconómica que empobrecerán al mundo y atraerán más peligros. O replantear la manera en que cooperamos, para avanzar en la solución de estos retos colectivos.

Restaurar la confianza en el sistema mundial: Cuatro prioridades

Para poder volver a confiar en un sistema mundial basado en reglas que funciona bien para todos los países tenemos que encontrar nuevas y mejores formas de tejer nuestro entramado económico. Si podemos centrar la atención primero en cuestiones urgentes en las que los avances beneficien a todos, podremos entonces generar la confianza necesaria para cooperar en otros aspectos en los que hay divergencias.

He aquí cuatro prioridades que solo pueden impulsarse trabajando de forma mancomunada.

La primera, reforzar el comercio para incrementar la resiliencia.

Se puede empezar reduciendo las barreras comerciales para aliviar la escasez y bajar los precios de los alimentos y otros productos.

No solo los países sino también las empresas tienen que diversificar las importaciones, para asegurar las cadenas de suministro y preservar las enormes ventajas que traen las empresas de la integración mundial. Es cierto que algunas de las decisiones sobre las fuentes de suministro dependerán de consideraciones geoestratégicas, pero esto no tiene por qué conducir a la desintegración. Los líderes empresariales han de cumplir un importante papel en este sentido. 

Según nuevas investigaciones del FMI, la diversificación puede reducir a la mitad las pérdidas potenciales del PIB debidas a perturbaciones en el suministro. Los fabricantes de vehículos y de otras manufacturas han descubierto que diseñar productos que puedan usar partes sustituibles o más ampliamente disponibles puede reducir las pérdidas en un 80%.

Al diversificar las exportaciones también se puede incrementar la resiliencia económica. Algunas de las políticas que pueden ayudar consisten en reforzar la infraestructura para ayudar a las empresas a acortar las cadenas de suministro, ampliar el acceso a la banda ancha y mejorar el entorno empresarial. La Organización Mundial del Comercio (OMC) también puede ayudar promoviendo de forma generalizada políticas comerciales más previsibles y transparentes.

La segunda, redoblar los esfuerzos colectivos para hacer frente a la deuda.

Dado que alrededor de 60% de los países de bajo ingreso tienen importantes vulnerabilidades de deuda, algunos tendrán que reestructurarla. Si no hay una cooperación firme para aliviar esas cargas, tanto esos países como sus acreedores saldrán perdiendo. Un retorno a la sostenibilidad de la deuda, en cambio, atraerá nueva inversión y estimulará el crecimiento inclusivo.

Es por esta razón que se debe aprobar sin demora el Marco Común del Grupo de los Veinte para el tratamiento de la deuda, lo cual implica adoptar procedimientos claros y cronogramas para los deudores y acreedores, y poner el marco a disposición de otros países vulnerables muy endeudados.

Tercera, modernizar los pagos transfronterizos.

Los sistemas de pago ineficientes son otra barrera para el crecimiento inclusivo. En el caso de las remesas, por ejemplo, el costo medio de una transferencia internacional es 6,3%. Esto significa que unos USD 45.000 millones por año caen en manos de intermediarios y no llegan a millones de hogares de menor ingreso.

¿Cuál sería una solución posible? Los países podrían trabajar para crear un plataforma pública digital mundial —un nuevo componente de la infraestructura de pagos con reglas claras— que permita a todo el mundo enviar dinero a un costo mínimo y con absoluta velocidad y seguridad. La plataforma también podría conectar varias formas de dinero, incluidas las monedas digitales de bancos centrales.

Cuarta, confrontar el cambio climático: el reto existencial que se cierne sobre todo.

En la conferencia climática COP26, 130 países, que representan más del 80% de las emisiones mundiales, se comprometieron a alcanzar para alrededor de mediados de siglo la meta de cero emisiones netas de carbono.

Pero tenemos que cerrar urgentemente la brecha entre las metas y las políticas. Para acelerar la transición verde, el FMI ha abogado por una estrategia integral que combine la tarificación del carbono y la inversión en energías renovables, y que compense a las partes que resulten perjudicadas.

Progreso para la gente

El hecho es que todos hemos tardado mucho en reaccionar mientras nuestro entramado económico empezaba de deshacerse. Pero si los países pueden encontrar formas de confrontar juntos estas cuestiones urgentes que trascienden las fronteras nacionales y nos afectan a todos, podemos empezar a combatir la fragmentación y promover la cooperación. Hay algunos indicios esperanzadores.

Cuando empezó la pandemia, los gobiernos adoptaron medidas monetarias y fiscales coordinadas para impedir otra Gran Depresión. La cooperación internacional fue crucial para el desarrollo de las vacunas en un tiempo récord. En lo que se refiere a la tributación mundial, 137 países acordaron reformas para garantizar que las empresas multinacionales pagaran la proporción que les corresponde sin importar donde operen.

El año pasado, los países miembros del FMI aprobaron una asignación histórica de USD 650.000 millones en derechos especiales de giro del FMI para afianzar las reservas de los países. Y más recientemente, los países miembros acordaron crear el Fondo Fiduciario para la Resiliencia y la Sostenibilidad, que proporciona financiamiento asequible a más largo plazo para ayudar a los países miembros más vulnerables a abordar el cambio climático y futuras pandemias.

Al ir en pos de estos avances, tenemos que adherirnos a un principio rector básico: las políticas han de estar al servicio de la gente. En lugar de globalizar las ganancias, debemos procurar hacer locales las ventajas de un mundo conectado.

Cabe empezar con las comunidades en todos los países que salieron perjudicadas en la antigua globalización, y que quedaron aún más rezagadas por la pandemia: Invertir en su salud y educación. Ayudar a los trabajadores desplazados a adquirir las aptitudes que se necesitan y a incursionar en carreras en industrias en crecimiento. Por ejemplo, las empresas exportadoras pagan salarios más altos en promedio, al igual que los empleos más ecológicos.

Las instituciones multilaterales también pueden ser determinantes a la hora de replantear la cooperación mundial y resistir la fragmentación, por ejemplo si afianzan más su gestión de gobierno para garantizar que reflejen la cambiante dinámica económica mundial; en este sentido, el próximo examen del capital y las acciones con derecho a voto del FMI presenta una oportunidad. También pueden aprovechar su poder de convocatoria, y explotar al máximo sus diversos conjuntos de herramientas. El FMI puede ayudar, por ejemplo, con su gama de instrumentos financieros, la supervisión bilateral y mundial, y aplicando una estrategia imparcial con respecto a todos los países miembros.

No hay una cura milagrosa para las formas más destructivas de fragmentación. Pero si se trabaja con todas las partes interesadas en torno a las inquietudes comunes, podemos empezar construir una economía mundial más sólida e inclusiva.

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Kristalina Georgieva (biografía en el enlace)

Gita Gopinath es la Primera Subdirectora Gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI) desde el 21 de enero de 2022. En ese cargo, supervisa la labor del personal técnico, representa al FMI en foros multilaterales, mantiene contactos de alto nivel con gobiernos miembros y con miembros del Directorio, los medios de comunicación y otras instituciones, dirige la labor del FMI en el ámbito de la supervisión y políticas conexas, y supervisa las publicaciones insignia y de investigación.

Asimismo, fue Economista Jefe del FMI en 2019–22. En ese papel, fue Consejera Económica del FMI y Directora del Departamento de Estudios. Dirigió 13 ediciones del informe Perspectivas de la economía mundial (informe WEO, por sus siglas en inglés), incluidos los pronósticos del impacto de la pandemia de COVID-19 en la economía mundial. Fue uno de los autores del documento «Pandemic Paper», que aborda la manera de poner fin a la pandemia de COVID-19 y fija metas con aval internacional para vacunar al mundo y que condujo a la creación del Grupo de Trabajo Multilateral integrado por el FMI, el Banco Mundial, la OMC y la OMS para ayudar a poner fin a la pandemia y al establecimiento de un grupo de trabajo con fabricantes de vacunas para identificar barreras comerciales y cuellos de botella en el suministro, así como para acelerar la entrega de vacunas a países de ingreso bajo y mediano bajo. Asimismo, trabajó con otros departamentos del FMI para establecer conexiones con autoridades, círculos académicos y otras partes interesadas en relación con un nuevo enfoque analítico que ayudará a los países a responder a los flujos internacionales de capital mediante un Marco Integrado de Políticas. Contribuyó a la creación de un equipo dentro del FMI encargado de analizar, entre otras cosas, políticas óptimas de mitigación del cambio climático. 

Antes de ingresar al FMI, Gopinath fue profesora en la cátedra John Zwaanstra de Estudios Internacionales y Economía de la facultad de Economía de la Universidad de Harvard (2005-22) y profesora adjunta de Economía en la Escuela de Negocios Booth de la Universidad de Chicago (2001-05). En el ámbito de la investigación, se ha centrado en las finanzas internacionales y la macroeconomía, y sus estudios se han publicado en numerosas prestigiosas revistas especializadas y gozan de amplia circulación. Es autora de un gran número de artículos de investigación sobre tipos de cambio, comercio e inversión, crisis financieras internacionales, política monetaria, deuda y crisis en los mercados emergentes. 

Gopinath fue elegida miembro de la Academia Americana de las Artes y las Ciencias, y de la Sociedad de Econometría, así como del Grupo de los Treinta. Previamente, también se desempeñó como codirectora del programa de Finanzas Internacionales y Macroeconomía de la Oficina Nacional de Investigación Económica (NBER, por sus siglas en inglés), miembro del panel de asesoramiento económico del Banco de la Reserva Federal de Nueva York y profesora visitante en el Banco de la Reserva Federal de Boston. Actualmente, es codirectora de la publicación Handbook of International Economics, y fue codirectora de American Economic Review y directora editorial de Review of Economic Studies

Nacida en India, es ciudadana estadounidense y ciudadana india en el extranjero. Ha recibido numerosos galardones y reconocimientos. En 2021, Financial Times la nombró entre las 25 mujeres más influyentes del mundo, la International Economic Association la nombró Schumpeter-Haberler Distinguished Fellow, la Agricultural & Applied Economics Association la galardonó con el premio John Kenneth Galbraith y la Carnegie Corporation la reconoció entre los grandes inmigrantes a Estados Unidos. Bloomberg la llamó una de las 50 personas que definieron 2019; Foreign Policy, uno de los grandes pensadores internacionales, y la revista Time, una de las mujeres que rompió las barreras para ser pionera. 

El gobierno de India le concedió el Pravasi Bharatiya Samman, el más alto honor otorgado a ciudadanos indios en el extranjero; asimismo, recibió un premio a destacados ex alumnos concedido por la Universidad de Washington. El FMI la nombró uno de los 25 economistas más importantes menores de 45 años en 2014; Financial Times la reconoció como uno de los 25 ciudadanos más prometedores de India en 2012, y el Foro Económico Mundial la seleccionó como Joven Líder Internacional en 2011.

Recibió su doctorado en Economía de la Universidad de Princeton en 2001 tras completar estudios universitarios básicos en Lady Shri Ram College y maestrías en la Facultad de Economía de Delhi y la Universidad de Washington.

Ceyla Pazarbasioglu es Directora del Departamento de Estrategia, Políticas y Evaluación del Fondo Monetario Internacional (FMI). En esta función, dirige la labor que se encarga de la dirección estratégica del FMI y el diseño, aplicación y evaluación de las políticas del FMI. También supervisa las interacciones del FMI con otros organismos internacionales, como el G20 y las Naciones Unidas.