A medida que pasan los años, cada vez es más evidente la cruda realidad del aumento de la temperatura terrestre, al tiempo que se intensifican los riesgos para la economía mundial. Sin embargo, a medida que el mundo va cobrando conciencia de la magnitud de la crisis climática, las tensiones geopolíticas y los riesgos de fragmentación menoscaban nuestra capacidad para coordinar acciones a escala mundial que den respuesta a este problema que afecta a todo el planeta.
Ocho años después de la firma del Acuerdo de París, , las políticas siguen siendo insuficientes para estabilizar las temperaturas y evitar los efectos más perjudiciales del cambio climático. En conjunto, las emisiones no se están reduciendo a un ritmo suficientemente rápido, y no se dispone de las inversiones, los fondos y las tecnologías necesarias. Aunque el margen de actuación se está estrechando, aún hay tiempo —poco— para cambiar la trayectoria y dejar un planeta saludable, dinámico y habitable a la próxima generación.
A fin de limitar el calentamiento global a entre 1,5 ºC y 2 ºC y alcanzar el objetivo de emisiones netas cero para 2050, de aquí a 2030 es necesario reducir las emisiones de dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero entre un 25% y un 50% respecto de 2019. No obstante, como se constata en nuestro último análisis, los compromisos mundiales en vigor que se recogen en las contribuciones determinadas a nivel nacional apenas lograrían reducir las emisiones en un 11% para finales de esta década.
Y, lo que es peor, las políticas actuales no están en consonancia con los compromisos asumidos, por lo que parece que el mundo ni siquiera va a llegar a alcanzar ese objetivo reducido. Es más, las políticas habituales conducirían a un incremento del 4% en las emisiones mundiales anuales de aquí a 2030 y darían lugar a un nivel acumulado lo suficientemente elevado para incumplir la meta de 1,5 ºC para 2035.
Más ambición, políticas más firmes
Para corregir el rumbo y reencauzarlo a favor de los objetivos climáticos mundiales, es necesario aumentar la ambición. Un enfoque equitativo radica en que los países ajusten los objetivos de reducción de las emisiones en función de sus ingresos per cápita.
Por ejemplo, para mantener el aumento de las temperaturas por debajo de los 2 ºC, los países de ingreso alto, mediano alto, mediano bajo y bajo deberán reducir sus emisiones en un 39%, 30%, 8% y 8%, respectivamente, de aquí a 2030. A fin de mantener el calentamiento por debajo de los 1,5 ºC, sería necesario reducir de manera más drástica las emisiones, a saber, en un 60% y un 51% en los países de ingreso alto y mediano alto, respectivamente.
Aun así, no basta con ser ambiciosos. Para lograr esas metas más exigentes, se requieren cambios políticos de gran envergadura que, idealmente, se centrarían en fijar un precio robusto para el carbono, de modo que este aumentara a un promedio mundial de, al menos, USD 85 por tonelada para 2030. Esto incentivaría en gran medida la reducción de las energías con altas emisiones de carbono, un cambio hacia fuentes más limpias e inversiones en tecnologías verdes.
El precio del carbono también permitiría recaudar suficientes ingresos presupuestarios para respaldar a los grupos vulnerables. En torno al 20% de los ingresos de la tarificación del carbono pueden compensar con creces al 30% más pobre de los hogares. Esta medida es diametralmente opuesta a las perjudiciales subvenciones a los combustibles fósiles, cuyos costos fiscales explícitos han aumentado hasta alcanzar la cifra récord de USD 1,3 billones anuales. Los países deben actuar para poner fin a ese tipo de subvenciones.
En el plano mundial, es necesario cooperar para aplacar el temor de que la tarificación del carbono podría perjudicar la competitividad económica de los países. A este respecto, un acuerdo entre los principales emisores —por ejemplo, un acuerdo progresista entre China, la Unión Europea, India y Estados Unidos— podría empujar a otros países a hacer lo propio. Una medida de ese tipo afectaría a más del 60% de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero y mandaría un mensaje claro al resto del mundo.
Fomento del financiamiento para el clima
El camino para alcanzar el objetivo de emisiones netas cero de aquí a 2050 exige aumentar las inversiones de bajas emisiones de carbono de USD 900.000 millones en 2020 a USD 5 billones anuales para 2030. De esa cifra, los países emergentes y en desarrollo precisan un total de USD 2 billones anuales, lo cual supone quintuplicar el monto que recibieron en 2020. Incluso si las economías avanzadas cumplen —o exceden de alguna forma— su promesa de aportar USD 100.000 millones al año, el grueso del financiamiento de estas inversiones de bajas emisiones de carbono deberá proceder del sector privado.
Según nuestro análisis, la proporción del financiamiento para el clima que aporta el sector privado en los países emergentes y en desarrollo debe aumentar del 40% al 90% para 2030. Esto hace necesario adoptar una amplia combinación de políticas dirigidas a superar obstáculos como los riesgos cambiarios y de políticas, los mercados de capital poco desarrollados y la escasez de proyectos en los que se puede invertir.
Por ejemplo, las políticas económicas focalizadas y las reformas de la gobernanza pueden reducir el costo del capital. Mientras tanto, el financiamiento combinado, que mezcla el capital privado con los fondos públicos y los aportados por los donantes —incluidos los bancos multilaterales de desarrollo— puede disminuir el perfil de riesgo de los proyectos verdes, entre otras cosas, a través del capital de primera pérdida, los refuerzos del crédito o las garantías.
Al mismo tiempo, las políticas mundiales encaminadas a aumentar la transparencia y la comparabilidad de los proyectos, normalizar las taxonomías y reforzar los requisitos de divulgación de información relativa al clima son fundamentales para contribuir a que los inversores escojan opciones de bajas emisiones de carbono. Esto subraya, una vez más, la importancia que reviste la cooperación internacional.
Ampliación de escala de las innovaciones
De esa reducción del 50% en las emisiones que es necesaria para alcanzar el objetivo de los 1,5 ºC, más del 80% puede lograrse empleando las tecnologías que existen hoy en día. Sin embargo, para conseguir el objetivo de emisiones netas cero de aquí a 2050, se precisan tecnologías que aún no existen o se encuentran en vías de desarrollo.
Por desgracia, el registro de patentes relacionadas con tecnologías de bajas emisiones de carbono alcanzó un máximo del 10% de los registros totales en 2010 y, desde entonces, ha venido disminuyendo. Peor aún, las tecnologías fundamentales no se están difundiendo lo suficientemente rápido en los países emergentes y en desarrollo.
¿Cómo puede revertirse esta tendencia? Un análisis llevado a cabo recientemente por el FMI muestra que las políticas climáticas —como las tarifas reguladas y los regímenes de comercio de derechos de emisión— impulsan la innovación verde y los flujos de inversión, además de contribuir a la difusión transfronteriza de las tecnologías de bajas emisiones de carbono. Asimismo, en algunos países, la reducción de los obstáculos comerciales puede acelerar la importación de este tipo de tecnologías entre un 20% y un 30%. Esto apunta, una vez más, a la importancia de la cooperación para evitar la adopción de medidas proteccionistas que obstaculicen la difusión de las tecnologías de bajas emisiones de carbono.
Apoyo a los países para que cumplan los objetivos
El FMI ofrece asistencia en aquellos ámbitos en los que las políticas climáticas se entrecruzan con las políticas macroeconómicas. El Fondo Fiduciario para la Resiliencia y la Sostenibilidad, creado recientemente, brinda financiamiento a largo plazo y en condiciones asequibles para ayudar a los países vulnerables de ingreso bajo y mediano a lidiar con las amenazas como el cambio climático. Este fondo, valorado en USD 40.000 millones, ya ha respaldado programas en 11 países, a los que está previsto sumar otros 22.
Para el conjunto más amplio de países miembros del FMI, se añade una perspectiva climática a los análisis económicos, las medidas de asesoramiento sobre políticas, las iniciativas de desarrollo de la capacidad y el suministro de datos. ¿Por qué? Porque las políticas macroeconómicas y del sector financiero son fundamentales para aprovechar las oportunidades que brinda la transición verde a favor de los empleos y el crecimiento resiliente y con bajas emisiones de carbono.
Sin embargo, ningún país puede hacer frente por sí solo al cambio climático. La cooperación internacional es más importante que nunca. Solo podremos dejar un planeta saludable a nuestros hijos y nietos si adoptamos medidas coordinadas y lo hacemos ahora.