Este argumento contundente de que el trigo ha sido un factor determinante del apogeo y el ocaso de los imperios se publicó dos días antes de que la invasión rusa de Ucrania disparara los precios de los cereales y sembrara temores en torno al abastecimiento.
La guerra y el hambre son los ejes narrativos del relato de Scott Reynolds Nelson sobre el trigo como alimento del mundo. Comenzando con su primera visita a Odesa, en 2011, justo cuando las protestas por el pan desencadenaban la Primavera Árabe que derrocó gobiernos desde Túnez hasta Egipto, el autor se remonta 12.000 años, al origen del granero de Europa en lo que ahora son Ucrania y Rusia, y las antiguas rutas comerciales del cereal que más adelante alimentarían a las ciudades y los ejércitos del continente.
En este quinto libro, repleto de historia, política y economía, el profesor de Humanidades de la Universidad de Georgia recorre de forma amena varios siglos de la historia de los cereales. Su almacenamiento y transporte se abren paso por Atenas, Constantinopla y Moscú, y la fundación del puerto de Odesa en el Mar Negro, y se enlazan con otros hitos, como las primeras cuarentenas y la invención de la hamburguesa y la banca de inversión comercial.
Este comercio concentra la mano de obra y el capital en ciudades en las que abundan los alimentos y los puertos son de gran calado. A esto le sigue la inmigración, la industrialización y la urbanización, que duplican las poblaciones de Londres, París y Ámsterdam en 1845–60. La década de 1860 marca la entrada en escena de Estados Unidos, cuando la Guerra Civil estimula las exportaciones de trigo a cambio de divisas para combatir la Secesión, y cuando las dificultades de avituallamiento del Ejército de la Unión contribuyen al surgimiento de los mercados de futuros modernos en la Bolsa de Comercio de Chicago.
Estas nuevas herramientas financieras ayudan a crear un mercado de alimentos más globalizado, justo durante el auge de las ventas de cereal de Estados Unidos a Europa, en miles de embarcaciones que cruzan el Atlántico cargadas de granos y retornan con millones de inmigrantes a bordo. Mientras tanto, la mayor rapidez de los viajes entre los puertos del mundo, gracias al uso de explosivos para aumentar la profundidad de los puertos y abrir paso a canales y ferrocarriles, ayuda a poner fin al dominio ruso en el comercio mundial de cereales al surtir a las ciudades de Europa de alimentos más baratos. Además, según Nelson, los estudiosos no suelen reconocer el grado en que el ascenso de Alemania e Italia, el ocaso de Austria y Turquía, y el imperialismo europeo están relacionados con la búsqueda de granos baratos en otras regiones.
El libro es un relato financiero, y los mejores pasajes son una crónica de cómo el trigo ha ido entrelazando cada vez más los mercados mundiales de materias primas. Nelson, que de entrada declara su obsesión con el Pánico de 1873, conecta esa crisis agraria, que desató un pánico financiero y una depresión económica por la caída de los precios de los alimentos y el uso de herramientas financieras obsoletas, con la quiebra de bancos europeos, el shock de las tasas de interés del Banco de Inglaterra y una crisis que llegó a Wall Street.
“Oleadas de granos habían inundado Europa, y la era de prosperidad económica de Odesa y gran parte de Europa central había llegado a su fin y estaba sacudiendo al mundo”, explica Nelson.
El relato concluye un siglo atrás, en el período que siguió a la revolución rusa, pero muy a la sazón de los tiempos modernos, ya que invita a los lectores a pensar más como comerciantes de granos, y a ver el mundo no como un mapa estático de naciones, sino más bien como la travesía de nuestros alimentos por los océanos, ríos y puertos en los que se escribe la historia.
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