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El mal manejo de la salud pública y otros desastres desgastan durante años la confianza de los jóvenes en los políticos

Sin confianza, los políticos tienen la difícil tarea de convencer a las personas de que sigan sus consejos e indicaciones. Desde la COVID‑19 hasta el cambio climático y ahora la invasión rusa a Ucrania, los gobiernos piden o indican a las personas que modifiquen sus conductas y hagan sacrificios, mayores aun en el caso de la guerra. Sin embargo, en un entorno plagado de teorías conspirativas, resulta cada vez más difícil establecer y mantener la confianza. Las respuestas públicas a la pandemia han puesto de manifiesto la importancia de la confianza, en especial entre los jóvenes, y pueden ofrecer aprendizajes para otras áreas de la vida pública.

Los gobiernos y la ciencia médica moderna han contribuido a mitigar los efectos de la pandemia. Los funcionarios y organismos del sector público han ofrecido asesoramiento y dictado normas sobre distanciamiento social, uso de mascarillas y vacunación. En su función de asesores, los científicos han fundamentado esas normas y políticas; y como investigadores, han desarrollado las vacunas mRNA y, hoy día, estudian medicamentos profilácticos y terapéuticos que prometen disminuir la propagación de la enfermedad.

La investigación reciente y la simple observación sugieren que, para que esos esfuerzos prosperen, los miembros del público deben confiar en los funcionarios públicos y en los científicos, como así también en las instituciones que estos representan. La gente podrá seguir los consejos e indicaciones del gobierno solo si existe la confianza en que se adoptarán medidas imparciales y bien fundadas. Un estudio publicado en la revista médica británica Lancet a principios de 2022 analizó la incidencia de COVID‑19 en 177 países y concluyó que existían “asociaciones estadísticas significativas” entre los mayores niveles de confianza en el gobierno y la sociedad y “menos infecciones en todo el período estudiado”. Del mismo modo, varios estudios comparativos entre países e individuos han concluido que la confianza en la ciencia tiene una correlación positiva con el cumplimiento de las medidas para hacer frente a una pandemia. Sin duda, las personas son proclives a seguir los consejos y las indicaciones de los científicos solo si confían en ellos. Sin ir más lejos, quienes descreen de las vacunas a menudo ponen en tela de juicio las motivaciones, la competencia y la honestidad de los científicos.

Pero la confianza no viene dada, sino que es producto de los acontecimientos. Y estudios recientes sugieren que la exposición a epidemias es uno de los eventos que más afectan la confianza de los individuos en los gobiernos y los científicos. La exposición a epidemias menoscaba la confianza en los gobiernos y los científicos. Sin embargo, un dato importante es que el nivel de confianza expresado y demostrado no se ve afectado en todos por igual. Como informamos en una serie de artículos, la exposición a la pandemia tiene un impacto mayor en la confianza entre los jóvenes, más concretamente en los adultos jóvenes entre 18 y 25 años de edad.

Los años impresionables

Una larga lista de estudios ha comprobado fuertes cambios en la conducta y percepción de los adultos jóvenes, y tales cambios persisten durante muchos años. Un estudio clásico iniciado en la década de 1930 por el sociólogo Theodore Newcomb entre alumnos de Bennington College reveló que las creencias sociopolíticas de los sujetos en los primeros años de universidad persistían durante mucho tiempo; pasaban a formar parte de su identidad ideológica permanente. El psicólogo Jon Krosnick y el sociólogo Duane Alwin demostraron que las actitudes y afiliaciones políticas adquiridas entre los 18 y 25 años de edad tienden a persistir durante muchos años. Los economistas Paola Giuiliano y Antonio Spilimbergo comprobaron que experimentar una recesión entre los 18 y 25 años de edad tiene un impacto significativo y duradero en las creencias económicas. Todo esto ha llevado a los investigadores a definir la fase del ciclo de vida entre los 18 y 25 años como “los años impresionables”.

La singular importancia de estos años se ha racionalizado de distintas maneras. Algunos académicos recurren al concepto de “nuevo encuentro” descrito a principios del siglo XX por el filósofo Karl Manneheim, quien sugirió que las convicciones se forjan de forma duradera cuando los adolescentes mayores, al abandonar el hogar, se exponen por primera vez a nuevas ideas y acontecimientos. 

La confianza no viene dada: es el producto de los acontecimientos.

Otros invocan al psicólogo Erik Erikson, cuyo trabajo sugiere que los adolescentes mayores y adultos jóvenes están abiertos a nuevas influencias porque esa es la edad en que forjan su identidad y la conciencia de sí mismos. Los científicos cognitivos vinculan la persistencia de actitudes adoptadas en los años impresionables con un aumento de la capacidad cognitiva hacia el final de la adolescencia. Otros apuntan a trabajos sobre neurología que sugieren que los cambios neuroquímicos y anatómicos del cerebro entre la adolescencia y la adultez están asociados con la formación de actitudes perdurables. Ahora bien, independientemente de cuál sea el razonamiento, la importancia de los años impresionables es evidente.

Epidemia y confianza política

Nuestro propio trabajo ofrece la primera evidencia a gran escala sobre los efectos de la pandemia en la confianza política de las personas en sus años impresionables. Usamos datos sobre confianza en gobiernos, elecciones y líderes nacionales recogidos de encuestas de Gallup World Polls realizadas anualmente en 140 países entre 2006 y 2018, junto con datos sobre la incidencia de las epidemias desde 1970 tabulados en la Base de Datos Internacional sobre Desastres que lleva la organización no gubernamental EM-DAT. Como el período de muestra finaliza en 2018, los datos son anteriores a la COVID. Pero una serie de pruebas respaldan la validez externa de nuestros resultados.

Demostramos que la exposición a la epidemia, específicamente durante los años impresionables, determina de manera perdurable la confianza en el gobierno, las elecciones y los líderes. Para ello, nos preguntamos si las cohortes de personas expuestas a una epidemia durante sus años impresionables muestran menos confianza política que otras cohortes encuestadas en el mismo país y el mismo año, previa neutralización de otras tantas características sociales, económicas y personales.

El impacto de la exposición a la epidemia es sustancial: la probabilidad de que alguien que tiene una alta exposición a una epidemia durante sus años impresionables tenga confianza en un gobierno es 5,1 puntos porcentuales menor que la de alguien que no tuvo tal exposición; también es menor la probabilidad de que confíe en la honestidad de las elecciones (7,2 puntos porcentuales) y de que apruebe el desempeño del líder nacional (6,2 puntos porcentuales) (en tanto los resultados medios de tales variables son 50%, 51% y 51%, respectivamente).

Llama la atención que no se observe un efecto análogo entre personas que no han alcanzado sus años impresionables o que superan esa edad cuando surge la epidemia. Estos efectos declinan gradualmente a medida que envejece la persona que ha tenido tal exposición. En promedio, el efecto persiste durante casi dos décadas.

Importancia de la respuesta de la política sanitaria

Por otra parte, el efecto tiene que ver específicamente con las instituciones y los líderes políticos. No se observa un impacto análogo en otras instituciones de la sociedad, tales como la policía, los bancos, el ejército y las instituciones financieras. Una excepción importante es la relación entre la exposición a la epidemia que tienen las personas en los años impresionables y su confianza en el sistema de salud de su país, donde una vez más comprobamos un pronunciado efecto negativo. Esto sugiere que la pérdida de confianza en las instituciones políticas se relaciona con la suficiencia de las respuestas que dan las políticas públicas de salud a la amenaza que enfrenta la salud pública.

Los gobiernos con limitaciones en materia de fortaleza legislativa, unidad y apoyo popular normalmente tienen menos posibilidades de impulsar políticas eficaces en respuesta a la pandemia. Para documentar este hecho, comparamos las respuestas nacionales a la COVID‑19. La evidencia de 2020 confirma que los gobiernos más débiles tardaron más en responder a la emergencia con su primera intervención no farmacéutica. Si, efectivamente, son propensos a decepcionar a sus votantes, cabría esperar que los efectos negativos sobre la confianza sean más significativos cuando el gobierno en ejercicio en el momento de la epidemia es débil e inestable, a igualdad de los demás factores. De hecho, comprobamos que el efecto de la exposición a la pandemia sobre la confianza es dos veces más significativo cuando se sufre una epidemia durante un gobierno débil.

Por último, es posible demostrar que el impacto en la confianza de los adultos jóvenes en el gobierno es mucho más fuerte entre personas que viven en democracias. Esta conclusión es robusta si se aíslan las características nacionales, tales como el nivel de ingreso y un amplio espectro de atributos personales y familiares. Una interpretación indica que los jóvenes esperan que los gobiernos elegidos democráticamente respondan a sus necesidades y se decepcionan cuando tales gobiernos no toman medidas para prevenir o contener la epidemia. Además, los regímenes democráticos pueden tener más dificultad para conseguir un mensaje unívoco. Al ser regímenes abiertos, pueden permitir una cacofonía de posiciones oficiales contrapuestas, lo que erosiona aún más la confianza.

Confianza en los científicos

Usamos el mismo enfoque comparativo y una encuesta de Wellcome Trust de 2018 realizada entre unas 75.000 personas en 138 países para explorar de qué modo la exposición a las epidemias afecta la confianza en la ciencia y los científicos. También en este caso, del análisis surge que la exposición a la epidemia tiene efectos negativos persistentes en la confianza, más específicamente entre los adultos jóvenes. Quienes experimentan una epidemia entre los 18 y 25 años de edad confían mucho menos en los científicos y en los beneficios de su trabajo, en comparación con otras personas comparables que no tuvieron tal exposición en esa misma etapa de la vida. Quienes tienen la mayor exposición a la epidemia durante sus años impresionables son, en promedio, 11 puntos porcentuales menos proclives a confiar en los científicos, en comparación con quienes no han sufrido dicha exposición. No se observa ese cambio en la confianza entre personas que eran más jóvenes o más viejas durante su exposición a la epidemia.

También hay diferencias entre los encuestados que solo estudiaron ciencia en la escuela primaria y quienes continuaron haciéndolo al menos en la escuela secundaria. En este punto, observamos que la disminución de la confianza es mayor entre quienes tienen menos conocimiento de temas relacionados con la ciencia.

Asimismo, una menor confianza entre los jóvenes, provocada por una epidemia, se traduce en una opinión negativa sobre las vacunas. Esto afecta su conducta real y sus actitudes. En concreto, el análisis de las respuestas a la encuesta indica que la exposición a la epidemia en los años impresionables reduce la probabilidad de que esas personas vacunen a sus hijos contra enfermedades pediátricas.

Consecuencias

Por un lado, estas conclusiones son alarmantes. Sabemos que la confianza en el gobierno y en los científicos es muy importante para que el público acepte recomendaciones y normativas. La experiencia reciente indica que esto ha sido particularmente importante para la aceptación de recomendaciones y políticas tendientes a mitigar la propagación y los efectos de la COVID‑19. Pero, cuando una enfermedad contagiosa mina la confianza en el gobierno y los científicos, surge el fantasma de un círculo vicioso en el que el brote de una epidemia mina la confianza, lo que a su vez hace más difícil la contención de la epidemia, y de las próximas que puedan aparecer.

Cuando el brote de una enfermedad contagiosa mina la confianza en el gobierno y los científicos, surge el fantasma de un círculo vicioso.

De hecho, los efectos podrían exceder el ámbito de la salud pública. Otro estudio sugiere que la confianza es un importante factor que determina la respuesta que dan las sociedades a los desastres naturales, como terremotos e inundaciones. Demuestra que la confianza es un factor que incide en el desarrollo económico a largo plazo. Pero si el brote de una enfermedad disminuye la confianza entre los jóvenes, esto a su vez puede debilitar y demorar la respuesta de la sociedad a otras emergencias y presentar obstáculos para el desarrollo económico. Habida cuenta de que estos cambios de actitud son permanentes y que los jóvenes de hoy son los adultos del futuro, estos obstáculos se vuelven aún más difíciles de superar.

Sin embargo, no todo está perdido. Como hemos visto, los gobiernos que tienen una respuesta no del todo satisfactoria a una emergencia de salud pública son más vulnerables a la erosión de la confianza. Por lo tanto, los gobiernos conscientes del riesgo epidémico, que se anticipen a fortalecer la capacidad de respuesta de sus sistemas de salud pública, serán menos susceptibles a este problema. El éxito con el que determinados países africanos respondieron a la COVID‑19 puede atribuirse, en parte, a los esfuerzos realizados para invertir en esta capacidad tras las anteriores emergencias de salud pública, como fueron el SARS y el VIH. Y cuando de confianza en la ciencia y en los científicos se trata, la educación científica puede ayudar.

Más aún, nuestros resultados señalan una diferencia importante en la forma en que los jóvenes modifican su visión de la ciencia y los científicos al estar expuestos a una epidemia. Pese a las reconsideraciones negativas de su opinión sobre la honestidad de los científicos, la precisión de sus hallazgos y los beneficios de su labor para el público, se mantiene intacta la noción de la ciencia como esfuerzo (si las personas confían en la ciencia como iniciativa y creen que la ciencia y la tecnología contribuirán a mejorar la vida). Esta distinción es congruente con estudios de psicología y de ciencia cognitiva sobre el modo en que las personas atribuyen la culpa en contextos sociales complejos de gran riesgo y con la inclinación a culpar a las personas en lugar de a las instituciones. Es coherente con la tendencia de políticos y analistas que, durante la pandemia de COVID‑19, cuestionaban el valor de las recomendaciones de los científicos en materia de política pública pero que, al mismo tiempo, procuraban movilizar todos los recursos científicos disponibles para desarrollar una vacuna.

Puede entonces que el problema —y su solución— tenga que ver con la forma en que los científicos se presentan y comunican sus hallazgos. A las personas les preocupa que los científicos, que son seres humanos con intereses propios, pueden verse influenciados indebidamente por la agenda de gobiernos o empresas. Posiblemente les preocupe que las conclusiones de los científicos se basen en creencias personales más que en evidencia sólida. Las encuestas indican que una proporción significativa de los encuestados considera que los desacuerdos entre científicos, que son habituales en un contexto de pandemia en rápida evolución, demuestran que sus conclusiones se basan en creencias personales, o que los investigadores en cuestión no son del todo competentes.

En este sentido, es importante responder a la preocupación por los intereses corporativos y los prejuicios personales. Los científicos deben explicar que los desacuerdos y la evidencia que va surgiendo y contradice los resultados de estudios previos son parte del proceso que hace posible que los científicos avancen en su tarea. La respuesta de la política pública a la pandemia de COVID‑19 ha puesto de manifiesto la importancia de una comunicación eficaz. Nuestro análisis sugiere que es especialmente importante adecuar la comunicación a las inquietudes de los adultos jóvenes durante sus años impresionables para así fortalecer la confianza y permitir que las sociedades puedan prepararse para futuras pandemias y otras emergencias.

Las opiniones expresadas en los artículos y otros materiales pertenecen a los autores; no reflejan necesariamente la política del FMI.

CEVAT AKSOY es economista principal del Banco de Reconstrucción y Fomento Europeo en Londres y profesor adjunto de Economía en el Departamento de Economía Política del King's College de Londres. 

BARRY EICHENGREEN es presidente e ilustre profesor de Economía y Ciencia Política de la cátedra George C. Pardee y Helen N. Pardee de la Universidad de California, en Berkeley.

ORKUN SAKA es profesor adjunto de Economía en City, Universidad de Londres.